NIGERIA: Francis Uzoho; Victor Moses, Leon Balogun, William Ekong, Kenneth Omeruo (Alex Iwobi, 90´), Bryne Idowu; Wilfred Ndidi, Etebo, John Obi Mikel; Kelechi Iheanacho (Odion Ighalo, 46´), Ahmed Musa (Nwankwo, 90 + 2´).
ARGENTINA: Franco Armani; Gabriel Mercado, Nicolás Otamendi, Marcos Rojo, Nicolás Tagliafico (Sergio Agüero, 80´); Javier Mascherano, Éver Banega; Enzo Pérez (Cristian Pavón, 61´), Lionel Messi, Ángel di María (Maximiliano Meza, 72´); Gonzalo Higuaín.
La mejor explicación sobre todo lo que acontece en este ciclo de la selección argentina la dio justo antes del partido alguien que lo conoce a la perfección, Gerardo Martino. El “Tata” describió con exactitud que es un fiel reflejo del estilo de vida de los argentinos, que “vive siempre buscando dónde están los problemas”. Argentina está más preocupada en señalar culpables que en buscar soluciones, y así es imposible construir un sistema, como le está sucediendo a Jorge Sampaoli, cuya etapa ha sido rescatada, momentáneamente, por una de las figuras silenciosas de Brasil 2014: Marcos Rojo.
Fracasado el extravagante 3-4-3 utilizado ante Croacia, la albiceleste recurrió al 4-4-2 del cotejo ante Islandia, pero con Mercado, Enzo e Higuaín por Salvio, Meza y Agüero. Y el cambio diferenciador: Éver Banega por Lucas Biglia. El silencio profundo y la cabeza hundida de Messi pedían a gritos que lo rodearan de talentosos que le aligeraran la carga dándole la pelota limpia y muy cerca del área rival, solo que a primera vista extrañaba que el del Sevilla se colocara en el lado izquierdo del mediocentro, ya que Mascherano, Mercado y Otamendi no lograban conectar con Leo desde la derecha.
Banega frotó la lámpara y un pase magistral suyo señaló el camino a seguir para saldar la deuda pendiente. Su pie y la capacidad rematadora de Messi, solo superada por Cristiano, son los cimientos del sistema que Sampaoli debe construir a partir del juego de octavos de final ante Francia; no la sangre de Mascherano, que ya no llega a los lugares donde podía llegar hace cuatro años; no los maratones de Di María sobre la banda izquierda, que hacen temer otro desgarre; no el sufrimiento, el “huevo”. Sí la claridad del talento.
Porque sobre lo que ocurrió en la segunda mitad no se puede edificar nada. Las descargas emocionales son efímeras pese a que vengan acompañadas de golpes de suerte. Arrancar de cero a cien en un segundo conlleva un desgaste brutal. Como Brasil en el Mundial pasado, Argentina está a un gol en contra que la convierta en un muerto andando. El grupo está al borde del colapso y Sampaoli, si quiere salvar el pellejo y pasar de villano a leyenda nacional, tiene que simplificar desde la calidad, no desde el sudor tribunero.
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