Me explico: estoy muy satisfecho por la victoria ante los galos. Insisto en que se trata de uno de esos triunfos que pueden marcar un antes y un después para nuestro balompié. Pero la sonrisa se me borra un poco cuando viajo en e tiempo y visualizo aquellas ocasiones en que la Selección empezaba a ser vista como candidata a algo importante y terminaba cayendo de fea forma. Cuando muchos medios se atrevieron a ponernos por encima de Brasil en la era La Volpe, los cariocas llegaron a darnos la tunda más desagradable que hemos sufrido en una Copa América; cuando todos veían a nuestro conjunto Sub-20 llevándose la Copa del Mundo después de vapulear a los argentinos, caímos en exceso de confianza y nos derrotaron los nipones dos tantos a cero.

El pasado traumático, tal como se los dije la vez anterior, me ha vuelto un pesimista involuntario. Ese mismo sentimiento lo puedo palpar con el resto de los representantes de los medios de comunicación, quienes aunque Cuauhtémoc mencione que irán por la victoria frente a los charrúas, afirman que México negocioará el empate y se irá a la cómoda de no meterse en problemas para alcanzar la clasificación.
En el futbol, y en la gran mayoría de las cosas, los mexicanos nos hemos acostumbrado a esperar lo peor. No es ni por mucho la mentalidad adecuada, pero es el escudo que hemos construido después de haber sufrido lecciones dolorosas dentro y fuera del terreno de juego.
Hoy, insisto, tengo miedo. Por fortuna, éste va acompañado de la esperanza de haber visto hace apenas unos días que la negra historia puede limpiarse. Soy un pesimista con muchas ganas de que en la cancha me den una cachetada de guante tricolor.
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