Lo dicho: Sudáfrica es un paraíso para quienes gustan de las altas velocidades. El trayecto de Johannesburgo a Polokwane se realiza a un promedio de 160 kilómetros por hora. Apretar el acelerador se convierte en un hecho automático en cuanto se aprecian caminos espectaculares y desconocedores de las curvas peligrosas que tanto nos atemorizan en las carreteras mexicanas.
El exceso de libertad, como suele ocurrir, engendra un par de peligros. Uno para los fiesteros y otro más para todo automovilista, aunque con especial énfasis en los propios aficionados a la vida nocturna y en los que, por una u otra razón, cuentan con pocas horas de sueño. La tentación de quedarse dormido es profunda y seductora. Aún manejando a exceso de velocidad, la quietud de los conductos viales adormece y lleva a cerrar los ojos de cuando en cuando para tomar un ligero descanso. El problema es que éste puede significar un choque de dimensiones espeluznantes.
¿Me gustaria manejar en Sudáfrica? Sí, porque se maneja con tranquilidad, a menos que vayas al Ellis Park o al Soccer City en horas cercanas al partido, y porque se escucha buena música. Pero también reconozco que llega a ser aburrido y mecánico, casi tanto como manejar un Baby Kart y como un acto gemelo de la gran mayoría de los partidos de la actual Copa del Mundo.
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