Ser adictos a las victorias esporádicas es el más fiel reflejo de una mentalidad perdedora. El futbol, como un espejo de muchos de nuestros males, nos ha vuelto a colocar como entes incapaces de asumirnos como protagonistas de una competencia que reunía las condiciones necesarias para alcanzar el quinto partido sin que hiciera falta la épica para poder acceder a él.
No se trata de menospreciar al rival que nos hubiera tocado en octavos de final en caso de haber accedido como primeros de grupo, pero sí de reconocer que, una vez más y como de costumbre, hemos elegido el camino más complicado para luchar por el añejo objetivo de superar el obstáculo de la segunda fase. El que se complica la vida solo o peca de soberbio o es víctima de una incapacidad para tomar decisiones correctos en los momentos precisos. A nuestro balompié, le ocurre lo segundo. Se crece ante la adversidad y se siente indispuesto cuando se espera más de él, es como el que prefiere ser un empleado promedio que de vez en cuando sorprende que convertirse en una pieza fundamental dentro del organigrama cotidiano de una empresa.
Cuando informadores argentinos se acercan a cuestionarme sobre si resulta prematuro enfrentar a Argentina en la Copa del Mundo, me veo obligado a dividir entre el sentir del aficionado y el del periodista. Como seguidor de la representación de mi país, he de mencionar que me agrada el reto de enfrentar a la albiceleste y que percibo algunas posibilidades de que por fin se escriba la anhelada victoria sobre un oponente que ya nos la debe, pero como periodista me sorprendo ante la necedad de volvernos más compleja la vida, como si no fuera suficiente con los largos años de sequía que hemos tenido que soportar desde que la pelota comenzó a rodar en nuestro país.
Un partido es cosa de dos. Habrá quienes insistan en que fue la manera en que Uruguay planteó el partido la que arruinó el plan tricolor. Sin embargo, convencido estoy que la razón de ese tropiezo no estuvo en el planteamiento inteligente, he de reconocerlo, de Tabárez, sino en la falta de disposición de unos futbolistas mexicanos que volvieron a marearse con la victoria y que saltaron a la cancha con una relajación tan fuerte que terminó derivando en irresponsabilidad.
No hemos entendido que el verdaderamente ganador es el que, tras los triunfos, analiza en qué se equivocó, mira hacia el frente y piensa en cómo mantener el paso, en vez de perderse en la fiesta física o psicológicamente. No hace falta que los jugadores se embrutezcan con alcohol para hablar de una seria equivocación. También marearse con beneplácito a la primera oportunidad es una tentación de la que los no acostumbrados a ganar suelen ser víctimas.
Contra Argentina se puede perder o empatar. No importa que ellos tengan a Messi ni que se vaya construyendo el sueño pampero de levantar la copa. El futbol da a todo equipo que disputa un partido la posibilidad de conseguir la victoria. México puede salir airoso. Es más, que los nuestros se impusieran a la albiceleste haría mucho más emotivo el pasaporte a los cuartos de final. No obstante, una vez más me quedo con la sensación de que la Selección se ha complicado la vida y que eso siempre nos colocará en una línea de riesgo mucho más alta que si decidiéramos navegar por aguas tranquilas, reservando la energía para instancias en la que en verdad sea necesario enfrentarse a circunstancias aún más adversas.
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