El regreso de Manuel Lapuente no satisface las peticiones de la gran mayoría. No se trata de un timonel que practique un futbol espectacular ni de un estratega de renombre a nivel internacional, pero sí de un hombre con las facultades suficientes para consolidar un proyecto deportivo y con la astucia necesaria para contribuir a que el América abandone el bajo perfil en que cayó tras la gris personalidad mediática de Jesús Ramírez.
Las primeras palabras del hombre de la boina marcaron una radical diferencia con respecto a lo que habitualmente fue la etapa del ex director de las selecciones menores. De inmediato, tuvo repercusión al prometer que el América retomara el protagonismo perdido y que irá con todo en la búsqueda del anhelado título en la Copa Libertadores.

El acierto en la designación del técnico no estuvo acompañado de la inteligencia al momento de afrontar la peligrosa realidad, una que señala que los Diablos Rojos del Toluca han dado alcance a las Águilas en número de títulos conseguidos. El máximo dirigente emplumado, en vez de reconocer con elegancia los atributos del oponente, hurgó en el pasado no profesional para buscar un resquicio.
Pretender que se reconozcan las coronas de la época amateur no es por fuerza una equivocación, pero luce como tal cuando la petición se hace muy fuera de tiempo, justo cuando las circunstancias apremian y cuando se vuelve inminente la necesidad de triunfar para evitar que otras escuadras le den alcance o, incluso, le superen. Una vez más, aplica la lógica que indica que las reglas están claras para todos y que no se vale quejarse sobre la marcha.
Al América, le auguro un futuro prometedor, siempre y cuando la directiva se ponga a trabajar con la ecuanimidad mostrada en la elección de Lapuente y no rehuyendo de los auténticos problemas, como lo hizo apelando a lo que nunca antes había tomado en cuenta.
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