Cuando el futbol se trae en la sangre, ser ganador se da por naturaleza. La tarde de este sábado en Johannesburgo, Argentina vovió a contar con ese pequeño detalle que lo transforma en una de las máximas potencias a nivel Mundial. Inició abrumando al rival y, a diferencia de lo hecho apenas ayer por la Selección Mexicana ante Sudáfrica,capitalizó la oportunidad con un tanto que le dio rienda suelta y control absoluto del enfrentamiento ante Nigeria. Ser contundente es ser ganador, implica menor producción a cambio de ser eficiente. Es hacer más con menos y estar a un paso del éxito. La albiceleste lo hizo, y pese a verse en serias dificultades durante el complemento, consiguió tres puntos que gritan al orbe los deseos de triunfo de una representación para la que no hay más que alcanzar el título en la Copa del Mundo.
El eterno Maradona, con todo y un traje que rompió con su habitual irreverencia, no gozó de las cámaras más que unos cuantos minutos. Ser técnico implica ser el principal responsable de explicar los hechos y los fracasos, pero también de ceder el protagonismo para que lo disfruten quienes lo merecen. El Diego, arrinconado en el área técnica albiceleste, fue inquieto testigo del Mundial cronológicamente hecho para consagrar al pequeño gigante, Lionel Messi, como uno de los más grandes futbolistas de los que el
hombre tenga memoria.
Y ahí estuvo el par de dieces argentinos. Uno, el retirado vuelto técnico, dando indicaciones y gritando a la espera de que alguien lo escuchara; el otro, el bajito de estatura pero gigantesco en calidad, deslumbrado con infernal velocidad, entablando siempre un romance con un balón incómodo para muchos, mas no para él, quien sabe tratarlo de forma absolutamente selecta, con la elegancia del más importante hombre de negocios y con la malicia de un auténtico asesino en serie.
Valorando el tiempo más que cualquier otra cosa, Messi decidió que sólo requería de ciento veinte segundos para empezar un show que a partir de entonces desquiciaría a la muralla de Águilas Negras. Instantes después, en cuestión de unos cuantos suspiros, emergió de nuevo la figura del pequeño fenómeno para escabullirse entre tres y mandar la de gajos a Higuaín para que éste se coronara. Fue entonces cuando surgió el antagonista, el que con siluetas igual de portentosas hizo aún más grande lo que ya de por sí es digno
de exhibirse en cualquier galería como un ejemplo de buen futbol. Enyeama, el guerrero negro de indomable reacción, hizo lo suyo y anunció al mundo que podía convertirse en héroe, con o sin corona.
Los genios convertidos en escuderos por la sobrenatural capacidad de Lio, no escondieron sus deseos de estar en el primer plano de atención mediática. La “Bruja” Verón mandó pelota para que Heinze se retorciera en el aire con tal de realizar el testarazo que puso paños a fríos a la sed de gloria nigeriana. En sólo seis minutos, Argentina dio cátedra de futbol, se desmarcó del grueso de la población mundialista y advirtió que irá con todo en la lucha por conquistar el gran tesoro que la FIFA ha decidido guardar momentáneamente en el continente africano.
El resto fue sufrir y gozar para los argentinos. Gozar con las escapadas de Messi; sufrir con las atajadas de Enyeama; gozar con las triangulaciones de uno de los ataques más potentes del mundo; sufrir con el águila negra que resguardaba el arco nigeriano; gozar con su magia, sufrir con los conjuros del golero africano. En el otro lado, Nigeria estuvo cerca. Disparó, probó suerte, se escapó a velocidad, pero nunca fue suficiente. La fiesta fue de Messi y Argentina, y aunque el primero no anotó, puso el dedo en la llaga amenazando con seguir robándose una Copa en la que no siempre estará Enyeama para detener lo inatajable.
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