La segunda, la muy nuestra, la que consiste en ser cien por ciento pesimistas. Rafa tiene razón: nos gusta menospreciarnos y sentir a los otros más grandes de lo que son. Sabemos que se avecina un enfrentamiento ante una potencia y sacamos a relucir una mentalidad que quizás iba acorde a los resultados obtenidos hasta antes de la Copa del Mundo 1986, pero que dista de ser la apropiada después de experimentar un progreso, aunque aún suficiente, sostenido. Nosotros también somos así. Todo lo hecho en México es inferior, odiamos a los que se atreven a lanzar declaraciones con mentalidad ganadora y preferimos pensar mal que correr el riesgo de reconocer en nuestras virtudes una posibilidad de victoria.
La tercera, quizás la más objetiva, es la que sí apunta a Argentina como favorito, sin que ello implique que México es una víctima segura. Ayer, mientras estaba en las tribunas del Loftus Versveld para ver el partido entre España y Chile -de grosero final, por cierto-, un periodista alemán, sin que yo se lo dijera, me habló sobre un “gran partido” el domingo en Soccer City, y es que pese a que la lógica indicaría que los dirigidos por Diego Armando Maradona se llevarán la victoria, los especialistas a nivel internacional han aprendido a respetar al conjunto nacional. Que alguien externo sea capaz de valorar lo que nosotros mismos no es una cuestión que requiere un profundo análisis.
Con los puntos de vista en la mano -los nuestros, los de ellos y los externos-, dimensiono lo grave que resulta sentirse derrotado antes de tiempo. Por fortuna, también resulta grave sentirse ganador a priori. Sumergidos en esta suerte, podemos afirmar que el verdadero partido será el que pinta la prensa internacional, es decir, un duelo parejo, en el que casi siempre, de acuerdo a la historia, ganaría Argentina, pero en el que la victoria de México no se percibe como un escenario utópico.
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