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miércoles, 14 de julio de 2010

¿Quién sabe de futbol?

¿Quién sabe de futbol?
Sudáfrica 2010 terminó convirtiéndose en un torneo en el que se pudo ver más de lo que los directores técnicos desean que de aquello que apasiona a los aficionados. Con la compleja naturaleza de ser juego, negocio y espectáculo a la vez, el balompié empieza, desde mi punto de vista, a tener que plantearse si está yendo hacia el punto más conveniente, si el rumbo que está siguiendo es el correcto.
Los partidos que permanecen para la posteridad -a menos que se trate de una final, instancia en la que vale ganar como sea- son aquellos de jugadas sobresalientes, de goles inolvidables y emociones al por mayor en ambas porterías. Ese, el ideal de los aficionados, rara vez fue cumplido a lo largo de una Copa del Mundo en la que la paridad de fuerzas se presentó como elemento común y en la que el orden significó un freno de mano a la guerrera intención de ofender con furia.
Quienes tienen frente a sí la responsabilidad de dirigir un equipo o de participar sobre el rectángulo verde poseen una visión propia y que cada vez empieza a alejarse más de un posible acuerdo con la visión del consumidor que paga determinada cantidad por asistir a presenciar un partido, mismo que ya no necesariamente, según sus actores principales, debe ser concebido como espectáculo. Algunos, como Lapuente, mandan a la gente al circo si es que ésta pretende divertirse; otros, los científicos del fútbol, dan a entender que el aficionado no sabe y que jugar ofensivo equivale al suicidio. Los directivos dicen apostar por el espectáculo, pero son incapaces de soportar las consecuencias y peligros de jugar de esa manera.
La solución a este punto no parece existir. Comprendo que los técnicos cuiden su trabajo con uñas y dientes, aunque ello implique reservas extremas. Entiendo que los directivos prefieran ganar como sea que salir a dar la cara para explicar el porqué de los fracasos… pero también percibo que el que ocasiona que se paguen grandes cantidades en torno a la industria del futbol es el aficionado y que este ha tenido que soportar un mensaje típico de aquellos establecimientos que no acostumbran atender las peticiones del cliente: si no le gusta, no venga. Vaya, hasta en tono de broma se me ocurrió aplicar ese comentario en mi blog y las respuestas de tremenda inconformidad no se hicieron esperar. Sin embargo, el fútbol, distinto en todo, sí que lo puede hacer y sí que puede mantenerse bajo esa filosofía sin que, al menos en apariencia, se perciba una merma notable.
La disputa moral que afronta la industria del futbol entre atender al aficionado o seguir bajo el camino dictatorial de hacer lo que quiera con el deporte es sumamente compleja. El primer paso sería que los aficionados tomaran cartas en el asunto y que exigieran congruencia entre lo que piden y lo que hacen. El del América, por ejemplo, es un caso sintomático: la urgencia de resultados propició que la promesa de Bauer por dar espectáculo quedara en pura habladuría, pues hasta el propio Lapuente sabe que para él, el espectáculo se ve en el circo y no en una cancha de futbol.
¿Cuál es el punto medio? ¿Les gustaría seguir viendo un Mundial como el que acaba de concluir o se sentirían mejor invirtiendo su dinero en un torneo más espectacular, aunque ello implique un dolor de cabeza para los técnicos?

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