La estrategia funcionó a medias. Cuando Jorge Vergara decidió que sus Chivas jugarían la semifinal de Copa Libertadores en el estadio Azteca, lo hizo pensando en que la buena entrada en las tribunas iría acompañada de un resultado que lo dejara a las puertas de clasificar a la batalla final por el título de la máxima justa continental a nivel de clubes. La velada de ayer terminó por convertirse en una fiesta frustrada, en un intento audaz, pero con un desenlace plagado de incertidumbre.
Sobre el Coloso de Santa Úrsula, pudo observarse el claro ejemplo de la irregularidad del futbol mexicano. Si a la típica inconsistencia de nuestro balompié le añadimos el paro futbolístico de los últimos meses, es factible encontrarnos con una escuadra como la del Rebaño, fuera de ritmo y con más esfuerzo individual que auténtico talento para vencer la meta enemiga de un rival que cumplió con su cometido y que hoy se siente con amplias posibilidades de acceder al duelo definitivo de la Copa Libertadores.
El cuadro que se va pintando en torno al comando rojiblanco se asemeja, aunque las comparaciones resulten odiosas, a lo ocurrido con las Águilas justo después de la Copa del Mundo Japón-Corea 2002. En aquel entonces, los emplumados parecían tener todas las armas necesarias para eliminar sin mayor contratiempo al Sao Caetano de Brasil. Los pronósticos a favor se derrumbaron en un dos por tres y la oncena azulcrema se fue a casa con una humillación que echó por la borda la que hasta ese entonces había sido una destacada actuación.
En Libertadores, a la hora de la verdad y cuando la preparación dista mucho de ser la adecuada por cuestiones de tiempo y movimientos en la plantilla, hace falta recurrir a la inteligencia y aplicación para obtener la victoria. Sobre el rectángulo verde, los dirigidos por José Luis Real se mostraron inexpertos e incapaces de darle la vuelta a un rival mañoso, habituado a ganar tiempo a la menor provocación y que ratificó el hecho de que a los equipos sudamericanos cada vez les impacta menos el hecho de visitar territorio nacional.
La serie no está definida. Chivas continúa en condiciones de colocarse como uno de los dos mejores del continente, pero dejó escapar la ocasión propicia para gritarle al mundo que nuestro balompié está listo para hacer algo más que llevar gente a la tribuna. El Rebaño ratificó su poder de convocatoria, pero también, como muchos otros casos en el fútbol mexicano, desilusionó a los suyos con un cotejo en el que el espectáculo no compensó el esfuerzo económico realizado por su parcialidad.
El paso es necesario. Nuestro futbol, en lo general, y las Chivas, en lo particular, tienen que aprender a ganar los partidos en los que es obligado hacerlo. Al Rebaño difícilmente volverá a presentársele un momento tan claro para burlarse de su rival histórico. En casa de las Águilas, con una entrada superior a la que acostumbran los emplumados a últimas fechas, en una semifinal de Copa Libertadores y en vísperas del enfrentamiento ante el Manchester United, tenía que ganar para rubricar la obra, para arrastar el orgullo del enemigo y entonces sí conquistar por completo el Estadio Azteca.
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