Hacer lo correcto ha sido siempre el ideal de quienes aspiran a un grado de ética y moral superior al acostumbrado. Desde niños, recibimos cualquier cantidad de mensajes tratando de mostrarnos qué debe hacerse y qué no. Pues bien, esa misma insistencia por cuando menos expresar que siempre debe existir justicia se ha convertido en uno de los máximos ejercicios a lo largo de esta Copa del Mundo.
No sé si estamos convencidos o si lo hacemos movidos por una fuerza oculta que ha terminado por absorbernos, pero sí estoy seguro de que el medio futbolístico internacional se ha vuelto mucho más moralista de lo acostumbrado. Si hay un fuera de juego no sancionado, exigimos que se modifiquen las reglas. Advertimos que el fútbol ya no aguanta más, como si no lo hubiera hecho durante años. Si el balón supera la línea de gol y el árbitro no lo percibo, demandamos un cambio a la normativa. Si una mano impide que se presente un gol y el equipo que es víctima de dicha ilegalidad errar desde los once pasos, pensamos en la posibilidad de que el juego se vuelva más justo.
¿Será que hemos evolucionado y que nos hemos transformado en mejores seres humanos? Honestamente, lo dudo. Lo que sí es que nos hemos vuelto adictos a denunciar las injusticias, a señalar con el dedo, con la voz y con cuanto recurso sea posible a los que se valen de una trampa para obtener una ventaja.
En principio, la actitud asumida es loable. La justicia siempre será bienvenida, incluso en un juego en el que, seamos honestos, las consecuencias van más allá del juego. Cuando un artilugio ilegal acaba con las ilusiones de un equipo, lo hace también con la de millones de corazones entregados a lo que ocurre con esa pequeña sociedad dentro del terreno de juego. Por eso, resulta comprensible que gritemos a los cuatro vientos cada que se presenta una equivocación que deriva en una sensación de fracaso, tropiezo y tristeza para el que no lo merece.
Hasta ahí todo va bien. Podemos seguirnos dando golpes de pecho. Somos buenas personas hasta en el fútbol. El tema es que el fútbol nos desnuda con tremenda facilidad. Aunque sigo considerando que el gol de Tévez contra México debió ser invalidado y que el no gol de Inglaterra en realidad debió ser gol, pienso en si hubiera celebrado la anotación de Tévez en caso de que fuera mexicano y digo que sí; pienso en si hubiera aplaudido la mano de Luis Suárez si la hiciera cualquier jugador del Tri, y digo que sí. Como en la vida, sabemos actuar bien cuando nos conviene. Cuando nos afecta, solemos hacernos de la vista gorda, como si estuviéramos más ciegos que el maldito árbitro que vio el clarísimo fuera de lugar del “Apache”, ese que, por fortuna, se fue a su casa con cuatro heridas de muerte directo al corazón.
Bendito futbol. Somos justos y morales, pero también abusivos y tramposos. Todo sea según la ocasión… Ah, por cierto, sigo pensando que Argentina nos derrotó con ayuda del silbante y que Luis Suárez tendría que irse a las regaderas más de un partido.
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