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miércoles, 21 de julio de 2010

El desastre de los Álvarez

El pleito organizacional de la Máquina alcanza dimensiones tan elevadas que lo deportivo empieza a ser lo de menos. Aunque la consecución de una corona enfriaría el clima de animadversión de los aficionados hacia la entidad, el efecto de ello no sería más que una capa que contribuiría a seguir viviendo en una atmósfera putrefacta, en la que cada quien ve para sí y en la que la conexión sanguínea sólo contribuye a hacer aún más grandes las diferencias.
Los recientes acontecimientos en torno al conjunto de la Noria emergen como fiel muestra de lo trascendental que es la tranquilidad organizacional como punto de partida para el éxito deportivo. Bajo circunstancias como las que se han vivido a lo largo de los últimos tiempos, resulta loable que la oncena cementera esté colocada como uno de los equipos más constantes del balompié nacional, aunque con la tarea pendiente de coronar la obra. En menor medida, en una inestabilidad permanente, Puebla terminó por aprender cómo convertir los elementos adversos en inyecciones anímicas.
Si Cruz Azul tiene una deuda pendiente con sus aficionados y consigo mismo, la situación es aún peor en los escritorios. Con el Apertura 2010 tocando a la puerta, debe quedar claro que la obtención del título no sería suficiente para hablar de un fin a la problemática cementera. Entiendo que a los aficionados les importa lo que ocurre sobre el rectángulo verde, pero es tiempo de comenzar a exigir transparencia en cada rubro inherente a una entidad deportiva, pues cualquier afectación en este sentido repercute en el resto. Las partes no pueden ser excluidas del todo, por más que en ocasiones el deporte se olvide de lo que ocurre a su alrededor para entregar alegrías.
Así como soy de los que opinan que los hermanos Álvarez no tienen mucho qué ver con las inexplicables fallas de sus jugadores en las diversas finales que han disputado, considero que son responsables absolutos del desorden organizacional por el que atraviesa Cruz Azul. Los actos de corrupción, las complicidades y las envidias entre ambos son tan descaradas que tendrían que derivar en la salida de ambos. Ésta sí sería la puerta que iluminaría el oscuro camino cementero, no sólo en el campo de juego sino también como una corporación que ve manchado su nombre a partir de la avaricia de dos hombres enfermos de poder.

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