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domingo, 23 de noviembre de 2008

Goles y tiempo

En junio de este año se celebra el último campeonato mundial de futbol del siglo XX. Nos unimos a la anticipación que el cotejo ha suscitado en la cultura de masas con este ensayo sobre el papel que el tiempo juega en el más popular de los deportes.


a la memoria de Juan Nuño
Ay de un club que no cultiva santas nostalgias.
Nelson Rodrigues



El tiempo es el gran estratega del futbol. El partido dura 90 minutos, una jugada ocupa unos cuantos segundos y cinco o seis jugadas definen el marcador. En otras palabras, el problema estriba en qué hacer con los 89 minutos restantes.

La esencia del partido es el triunfo; sin embargo, el aficionado suele decepcionarse con las golizas, incluso con las que caen a su favor. Un 6-0 huele mal, sugiere que anotar es cuestión de suerte, relaja en exceso a los ganadores, les da una confianza tan turbadora que llegan en piyama al siguiente partido. Acaso estemos ante el único deporte donde los tantos pueden ser un desperdicio; sólo si el adversario contesta con la misma furia, la borrachera de goles es legítima (un caso emblemático: el Barcelona 5-Atlético de Madrid 4, después de que el Barcelona perdía 3 a 0). Jugar bien no significa anotar en cada avance, a la manera del basquetbol, sino dominar al rival con amenazas potenciales. La pelota que duerme en el empeine de un líbero cobra sentido por sus destinos posibles, inminentes: los huecos a los que pueden llegar los delanteros. Salvo en las grandes casualidades -que también son estratégicas-, quien gana el partido es quien controla los amagues, los 89 minutos en los que el balón es un peligro conjetural.

En "Teoría de los juegos'', uno de los ensayos que integran su admirable Veneración de las astucias, Juan Nuño se ocupó de la especificidad temporal del futbol. Otros deportes carecen de una duración determinada y pueden interrumpirse a solicitud de los entrenadores. Por ejemplo, el beisbol ignora la cronología con soberano desdén. Como en la Odisea, la meta es volver a casa, pero la rapidez del viaje depende de los reflejos de los peloteros.

Todo juego entraña una suspensión del flujo habitual de la vida; bajo los ardientes reflectores, las canchas obedecen a reglas y propósitos artificiales. En este caprichoso universo, el futbol se distingue por un rasgo de inquietante naturalidad: no dispone de recursos para detener el tiempo. "Un partido de futbol es más angustioso y dramático que otro juego cualquiera -escribe Nuño-, porque, en él, el tiempo corre paralelo al tiempoÊde la existencia humana. La pasión que genera el futbol hunde sus raíces en la oculta presencia de la muerte, que está presidiendo todos los actos humanos, cada vez que esos actos se miden con el paso del tiempo.'' Los minutos que avanzan afuera del estadio coinciden con los del partido. En el futbol americano, un pase incompleto detiene el reloj; en el tenis, la "muerte súbita'' puede ser tan larga como el equilibrio entre los oponentes. En cambio, en Maracaná el tiempo conserva su insistente capacidad de menguar el destino. De ahí la dimensión épica de quienes saltan a enfrentar la muerte a plazos. Ni siquiera el decepcionante 0-0 garantiza una prórroga. Sólo en casos excepcionales, que deciden un campeonato o una clasificación, el partido se somete a la terapia intensiva de los penales o el "gol de oro''. Para el espectador estas amargas soluciones están más cerca de la ruleta rusa que del futbol.

La tiranía del reloj suele ser desafiada por toda clase de estrategias mentales. En las tribunas, esos seres ajenos al recato que llamamos "porristas'', "hinchas'' o "tifosos'' le otorgan un pasado a la contienda; los 90 minutos se revisten de una duración ilusoria, son el episodio actual de una vasta genealogía de afrentas. El balón al fondo de las redes enemigas tiene mérito estadístico, pero sobre todo cobra agravios pendientes. El pedigrí de una anotación depende de una historia que se remonta a los orígenes mismos del club. Para el tifoso del Inter, con las mejillas pintadas de azul y negro, un calcetinazo que termina en la portería del Milán es preferible a una vistosa tijera contra una escuadra desconocida.

Como es de suponerse, los partidos también se alargan después de ser jugados, en las sobremesas que en ocasiones sólo se interrumpen con el divorcio. Y nada activa tanto el vocabulario como las acciones apretadas, la caída de un dios en el límite del área, a quince metros de un árbitro miope que tiene un segundo para decidirse ante las cincuenta mil gargantas que le piden un penal. Sobran explicaciones para las jugadas confusas y el fan se repone del resultado aplicando su propio reglamento: "¿Desde cuándo se expulsa a alguien sólo por tirar dos dientes con el codo?'' Más allá del suceso ingrato, las quejas traman un partido paralelo que rebasa con mucho los 90 minutos. "El futbol tiene mejor memoria para la polémica que para la belleza'', ha escrito Jorge Valdano, lo cual significa que todo gol de Alemania a Inglaterra es una venganza contra aquel gol fantasma en la final de Wembley '66.

La nostalgia futbolística siempre tiene prisa. Félix Fernández, portero del Atlante, comenta que entre las cosas que perdió al pasar del futbol amateur al profesionalismo, la más valiosa es el "tercer tiempo'', el rato de cervezas donde lo único mejor que ver un gol es recordarlo, donde las jugadas se dilatan como si Proust fuera el nuevo entrenador del equipo.

Los goles conversados tardan más en caer. Pero también aquí hay excepciones. En La intimidad del futbol, el entrenador argentino çngel Cappa logró el récord de narrar una jugada en su tiempo natural. De las muchas virtudes del balompié, Cappa prefiere el juego de conjunto; en otras palabras, su gol favorito es larguísimo: 31 toques consecutivos para llegar a las redes, durante un minuto y 27 segundos. Este gol de vitrina sucedió en Liverpool, en las eliminatorias para la Copa Europea de Naciones, entre Irlanda y Holanda.

No hay duda de que la memoria propina golpes traicioneros y en ocasiones el peso de los recuerdos retira a un hincha del futbol. El cuento "19 de diciembre de 1971'', de Roberto Fontanarrosa, se ocupa de esta situación límite. El viejo Casale ha renunciado a ver al Rosario Central; ha sufrido tantas veces en nombre de su club que se encuentra al borde del infarto, en franca saturación emocional. Pero Casale también es una leyenda de barrio: cuandoÊiba al estadio, el Rosario ganaba. Una banda de jóvenes que ignora el filo terrible de los recuerdos, decide secuestrar al viejo y llevarlo como amuleto vencedor a las tribunas. El gozo de ver al Rosario puede más que la taquicardia; Casale disfruta el partido hasta que su equipo gana y él cumple su doble cita con el destino: muere en estado de gracia por contribuir al triunfo.

El fanático que fallece se va, como dirían los antiguos, "con la mayoría'', que es donde se encuentran los mejores porristas. Si el futbol es un desafío contra la muerte, una dilatación imaginaria de los 90 minutos implacables, hay que suponer que en las gradas resuenan los vítores de todos los que alguna vez gritaron en favor del equipo. Los locos que inventaron el "síquitibum'' reencarnan en cada tribuna mexicana y los madridistas que cantaron el primer Alirón en trance feliz regresan, mal que les pese, con el inmoderado Orgullo Vikingo que llena una cabecera del Santiago Bernabeu. Nelson Rodrigues, el cronista que bautizó a Pelé como Rey, sabía que toda pasión tiene sus pioneros y que en las grandes gestas se requiere de un apoyo mortal. Entre los gritos de guerra y los delirantes festejos que integran su antología de artículos Ë sombra das chuteiras inmortais destaca una impecable invitación necrológica: "Nadie puede faltar a Maracaná el domingo, e incluyo a los fantasmas en la convocatoria: la muerte no exime a nadie de sus deberes con el club.'' Quien haya escuchado el furor de un estadio lleno sabe que hay más voces que espectadores: los fantasmas acudieron a la cita.

Aunque la pasión partidaria se acumula, es obvio que los recuerdos tienen un impacto desigual; ningún lance contemporáneo enciende el fuego de las pasiones infantiles. Cuando llega a la edad de los entrenadores, el aficionado revisa los goles que pueblan su cabeza y descubre que los más emocionantes fueron anotados por titanes que ya murieron o padecen Alzheimer. Surge entonces la tentación de la nostalgia y de creer que toda cancha pasada fue mejor, algo tan grave en términos futbolísticos como una fractura de rodilla; un golpe con certificado de jubilación.

El espectador de museo, que comparaÊa todo extremo con Garrincha, es un amargado de peligro. Nada que suceda hoy estará a la altura de los presuntos héroes que jugaban sin cobrar y atajaban penales con los brazos atados. Las costumbres perdidas se convierten en los detalles que daban verosimilitud al paraíso: ¡qué majestad había en la formación 4-2-4, los árbitros vestidos de negro, las porterías de madera, el balón de cuero crudo, las amonestaciones con ademanes de afrenta, que no escatimaban el índice en el cuello!

Esta mitomanía arruina con minucia el presente, hace de todo debut una traición y tiene por principal víctima a quien la padece. El problema se vuelve colectivo cuando el amargado comunica sus noticias: el Real Madrid sólo vale si alinea a Di Stéfano, todos los tiros de Raúl son atajados por Arconada.

El memorialista ultrajante exclama: "¡No sabes lo que era antes!'' Las bailarinas que no se depilaban las piernas le parecen más atractivas que las sílfides del último verano, entre otras cosas porque ya no hay modo de hallarlas.

El relato "Esse est percipi'', de Borges y Bioy Casares, reúne dos defectos del futbol: la supremacía de la televisión y los engaños de la nostalgia. El balompié es algo que ya ocurrió; en la actualidad, los locutores inventan las contiendas y deciden el marcador. Tulio Savastano, presidente del Abasto Juniors, explica la verdadera condición del juego: "No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de futbol se jugó en esta capital el 24 de junio del '37. Desde aquel preciso momento, el futbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.''

Normalmente, el partido también sucede en las crónicas y en los recuerdos; en la pesadilla memoriosa de Borges y Bioy Casares sólo sucede como calculada imaginación, es un negocio teatral que prospera desde el día de San Juan de 1937. El relato toca un vicio central de los espectadores; son muchos los que atesoran un simbólico 24 de junio, la fecha en que, según ellos, el futbol dejó de existir.

De niño, yo temía a los hombres de boina y puro apagado que se acercaban a contarme las hazañas de Lángara en el futbol mexicano. Aunque aún no me convierto en un espectro que acosa con sus recuerdos a los más jóvenes, ya tengo una cuota pasional dominada por la nostalgia. Ningún gol puede afectarme como uno de hace cerca de treinta años. Estoy en la final de México '70 y escucho la tremebunda frase de mi padre: "En la final, el equipo que anota primero, pierde; así ha sido en todos los mundiales.'' Veo el salto del Rey para llegar a la cita del destino con su frente, el balón en las redes, la mirada de Gerson rumbo al cielo y sus manos unidas en plegaria, el Estadio Azteca volcado en la emoción compensatoria de apoyar a los brasileños. "El que anota primero, pierde.'' La negra profecía carga de dramatismo el festejo. Tengo 13 años y mi padre siempre ha tenido razón. Pero Brasil tiene a Pelé.

Dieciséis años después, en el Estadio Azteca de 1986, vi a Maradona anotar sus dos goles de leyenda ante Inglaterra, el más perfecto en la historia de la ilegalidad y el más perfecto en la historia del Mundial. Decir que el gol de Pelé me gustó más sería un rencor nostálgico; decir que el gol de Maradona me emocionó más sería un atropello digno de tarjeta roja.

Así de complicados son los archivos futboleros. Incluso los olvidadizos que llevan listas dobles al supermercado se vuelven elefantes con los ídolos que comprometen su pasado. En una ocasión, un hombre de unos setenta años se acercó a la mesa del restaurante donde tres amigos llevábamos horas hablando de futbol. El vino que había tomado daba a sus mejillas un tono levemente magiar. No nos sorprendió que preguntara: "¿A ver, díganme la alineación de Hungría en Suiza '54?'' Después de Puskas, nos quedamos en ceros. El hombre se alisó el bigote cenizo, adoptó una posición de húsar y recitó la alineación quebrantalenguas de la famosa Hungría que perdió la copa de milagro. ¿Tenía buena memoria? Quién sabe; lo cierto es que tenía buenas pasiones.

La posteridad memoriosa se justifica con plenitud en un deporte donde el enemigo central es el reloj y donde las biografías son breves. Michel Platini comienza su libro Mi vida como un partido con esta confesión de ultratumba: "Morí el 17 de mayo de 1987, a la edad de treinta y dos años, día en que me retiré del futbol.'' Sólo los recuerdos otorgan un más allá al futbolista jubilado, lo inscriben en la leyenda o dejan de pasarle la pelota, lo sacan de la cancha, hacia el vestuario de los nombres olvidadados.

Un enfático locutor mexicano solía terminar sus transmisiones con el reto: "Ahí les dejo mi reputación para que la destrocen.'' La verdad sea dicha, muy pocos desean abandonar su suerte a la conciencia pública y el jugador lucha, a veces con penoso arrastre, por prolongar sus domingos de reputación. Nelson Rodrigues observó que todo crack viejo (es decir, de treintaitantos años) "sufre de actualidad''. Una mañana la cancha le parece enorme y la portería un borroso espejismo. Sin embargo, la amenaza principal del veterano no llega con su deterioro sino con los números en la banda que anuncian la entrada de un novato. Como entrenador del Real Madrid, Jorge Valdano tomó la temeraria decisión de sacar del campo al Buitre, consentido de la afición merengue, y explicó el drama en forma inmejorable: "¿Quién era un tal Raúl, por ejemplo, para quitarle a Butragueño la camiseta del Madrid, los titulares de los periódicos y un lugar en el corazón de la gente? Fácil, Raúl era el tiempo, que volvía a ganar a su manera.''

Para inmortalizar a un héroe, las ligas norteamericanas acentúan su ausencia con un gesto definitivo: su camiseta es retirada de la alineación. En San Francisco, el número 16 no volverá a jugar con los 49's o, mejor dicho, ya sólo jugará en la mente de quienes evoquen los precisos pases de Joe Montana.

Ciertos equipos organizan la memoria de tal forma que la convierten en su razón de ser. Durante décadas de sequía, la Universidad de Chile se amparó en un canto que recordaba al lejano ballet azul que había sido campeón: "Volveremos, volveremos/ Volveremos otra vez/ Volveremos a ser grandes/ Grandes como fue el ballet.'' En 1994, ganar la liga significó para ellos un formidable regreso al pasado.

Desde el banquillo de entrenador, Valdano vio a Butragueño perder con Cronos; sin embargo, el futbol admite otras temporalidades, y el equipo mexicano Celaya, recién ascendido a primera división en 1995, decidió preservar en plena cancha las reliquias del Real Madrid. Butragueño, que no podía competir contra el espectro de su juventud en la liga española, llegó al Celaya para liderear a un club de merengues de la tercera edad, cuya fuerza proviene de lo que ya pasó, y donde también han militado Hugo Sánchez, Michel y Martín Vázquez.

Dejemos a un lado los tiempos memoriosos y volvamos a la realidad de los 90 minutos. ¿Hay alguna táctica para hacer que transcurran de otro modo? En basquetbol o en futbol americano el "tiempo fuera'' ayuda a planear jugadas y enfriar al contrario. En el deporte de las patadas, sólo existe un modo radical de que el árbitro detenga su cronómetro: la caída operística de un jugador -una mano sobre los ojos, otra en el tobillo, la quijada dolorosamente abierta. Por un instante, el más humilde de los contertulios se convierte en estratega: el masajista entra a la cancha a suspender el juego; a la maneraÊde un brujo, abre el estuche donde lleva una botella de spray antidolor, una esponja, un trapo de la suerte. Aunque todo mundo -incluido el árbitro- sepa que el faul ocurrió por abajo, el lesionado recibe chorros de agua en la cabeza, un masaje en el plexo solar, un tratamiento de flexión de piernas para recuperar el aire y, en casos de alta escuela, un curita en la ceja.

Hay delanteros que viven para ser derribados y recibir en pago el tiro penal, la expulsión del adversario, el alarido trágico de la multitud. Los cracks que saben desplomarse son ideales para detener el reloj. El único problema es que se acostumbran tanto a inspeccionar las hierbas que en ocasiones olvidan lo que hay que hacer de pie y se sienten eximidos de toda jugada que no conduzca a un tiro libre.

Realmente es asombrosa la frecuencia con que ocurren algunas tretas: un puntero avanza a toda prisa, enfrenta la barrida del defensa, sale despedido por los aires, cae sobre las costillas y a continuación... rueda diez metros, queda boca abajo y patea el suelo como si empezara a cavar su tumba. Nadie, ni el más pasional de los hinchas, puede creer que un hombre adolorido ruede con tamaño desenfreno. De cualquier forma, el faul de marioneta se reclama como auténtico. Mientras la televisión repite con frialdad la jugada donde los héroes echan vaho y el defensa va al balón, el estadio protesta por el crimen que no tuvo necesidad de ver. ¿Hay algún despistado que necesite pruebas para favorecer a su equipo?

Sólo la vocación teatral del futbol explica que aún prospere este lance vistoso y falaz, y que muchos de los adictos a caerse tengan el pelo largo. Aceptemos que el derrumbe de un calvo es menos dramático que el de un león. Las melenas en desesperado desorden son el símbolo del héroe castigado. El prestigio de los mártires de pelo largo es tan unánime que nadie aceptaría a Sansón, Holofernes, San Juan Bautista, Cristo, Morrison, el Che o el Pibe Housseman después de un desmitificador trabajo de peluquería.

Obviamente, los equipos que no necesitan fingir caídas para ganar pueden raparse sin miramientos, como la selección brasileña que arrolló en la copa de Arabia Saudita, en 1997.

En descargo de quienes sustituyen la técnica con la astucia, hay que decir que el futbol sería menos divertido sin las faltas imaginarias. La herida auténtica paraliza el juego y es acompañada de un silencio de cirio pascual. En un partido por el campeonato brasileño entre el Palmeiras y el Vasco da Gama, Viola salió de la cancha en uno de esos carritos de golfista que se usan para que el lesionado no cojee durante una eternidad hasta la línea de cal. Poco después regresó con un ojo cerrado y un andar de zombie, como un boxeador a un golpe del nocaut. Todos las miradas del Maracaná se concentraron en ese hombre que recorría un callejón de embrujo, sin enterarse de la pelota. De pronto, cayó al suelo y no se movió. El estadio más grande del mundo improvisó un responso de murmullos y tambores fúnebres. No hubo que pedir justicia; aquello era una tragedia inobjetable.

Las faltas de acrobacia están diseñadas para detener el reloj pero es muy poco lo que se gana con ellas. Si un árbitro compensa más de cinco minutos, tiene que hacer su testamento.

La forma más socorrida de luchar contra los 90 minutos consiste en "hacer tiempo'', en procurar que el reloj avance sin que ocurra nada de relieve. Un ejemplo delictivo de los minutos que se tiran a la basura ocurrió en el Mundial de España, en 1982. Alemania y Austria salieron a la cancha con el propósito de romper el récord de pases laterales. La igualada convenía a ambos equipos, de modo que no hubo forma de escapar a ese pacto platónico y siniestro, un virginal 0 a 0. Aunque los equipos uruguayos han ganado fama de administrar el tiempo (la "garra charrúa'' ha sido más cruel con el reloj que con las espinillas de los contrarios), nada supera al histórico Anschluss de Alemania y Austria.

Fernando Marcos, decano de los locutores mexicanos, afirma al final de cada partido: "El último minuto también tiene sesenta segundos.'' El refrán condensa la lucha contra el reloj. Cuando parece que todo ha transcurrido, la tribuna aún espera el milagro de los sesenta segundos.

Relato que corre con la inclemente alevosía de la vida, el futbol le debe mucho a la imaginación. En ningún otro territorio 90 minutos duran en forma tan inventiva; incluso las jugadas rápidas dependen del control del tiempo. Un ejemplo emblemático es la paradihna al cobrar un penalty. El atacante enfila rumbo al balón y se detiene un segundo antes de tocarlo. Todo portero sin vocación de estatua cae ante la finta, vencido por esa jugada vacía, la pausa en la que no se puede participar porque ha sido robada al tiempo.

Cuando el silbato del árbitro lanza sus tres notas fúnebres, el partido concluye como trámite jurídico y ofrece su saldo de obituarios y estadísiticas; los aficionados eternizan a los héroes breves y en el rostro de los entrenadores aparece una nueva arruga, la señal de que encontraron la forma de vengarse del adversario. El juego entra a la zona de las promesas; lo que ha ocurrido es ya lo que vendrá, el venturoso remedio para los enfermos de tiempo que llenan los estadios.

El honor del mocoso

Eliseo Alberto ha atesorado el día en que le preguntó a su abuela cuál era el principal acontecimiento que había vivido. El novelista buscaba una frase para definir un destino y despejar de una vez por todas las respuestas que él había ensayado. La abuela tenía una solución lista y planchada como una camisa. No hubo que pasar por los tanteos inseguros de quien pulsa un arpa de sombra. ¿Qué prodigio indudable había atestiguado? Ni la Revolución Cubana, ni las fascinantes turbulencias íntimas de la familia, ni los hechos lejanos que determinaron el siglo xx podían competir con los fragantes venenos que mejoraron los atardeceres tropicales. La era de la abuela valía la pena porque se inventaron los insecticidas.

Esto ocurría en La Habana, donde Martí encontró dos patrias, Cuba y la noche, ambas amenazadas por los moscos. Los parajes del calor se sometían al lema del protagonista de Macunaíma, regiones con "mucha alimaña y poca salud". Tan sólo en la India, a principios del siglo xx, ochocientas mil personas morían al año por enfermedades derivadas de los piquetes de mosco. Durante centurias, los tenaces ejércitos de la noche fueron combatidos con aplausos, hierbas e inventos que sirvieron para activar la ironía de Lichtenberg: el sitio más seguro para una mosca es el matamoscas.

En el siglo xxi el mosquito ha dejado de ser la invisible pantera que amenaza nuestra sangre. Está semipresente en la vida diaria, como la mica o el celofán. Su periodo de esplendor se remonta al tiempo en que causaba epidemias y terminaba encapsulado en una gota de ámbar, símbolo de agresiones muy pretéritas. En Parque Jurásico aparece como portador del néctar genético de los dinosaurios, clara prueba de que sus piquetes más significativos pertenecen al pasado, aunque a veces regrese, como la pulga de John Donne, a combinar en su cuerpo la sangre de los amantes y ser gota perfecta, amenazada y breve, estremecedora revelación de lo frágil que es la eternidad.

La ferocidad del insecto dejó de ser letal, pero aún da para definir regiones como La Costa de los Mosquitos, donde Paul Theroux ubica una de sus novelas, o arruinar las noches con su ruido. El exterminio de los moscos empezó en los años treinta del siglo pasado, cuando el químico Paul Müller inventó un compuesto que ameritaba apodo: diclorodifenil tricloro etano. El ddt se utilizó con enorme éxito durante la Segunda Guerra Mundial. En el frente del Pacífico, los aliados le temían más a la malaria que a los aviones zero tripulados por kamikazes y lanzaron lluvias de ddt en las regiones donde iban a avanzar.

El romance con el veneno reinventó las costumbres y la psicología. En los cincuenta, las amas de casa recibían a sus invitados con una bomba de Flit en las manos y numerosos voluntarios inhalaban humo de ddt con el temerario fin de matar cucarachas mentales.

Leídos a la distancia, los reportes sobre el fervor tricloroetánico muestran que el hombre se confunde cuando los venenos le resultan favorables. Fred Stoper, gran profeta del ddt, convenció a la Organización Mundial de la Salud de rociar el planeta con insecticida. Aunque las fumigaciones no fueron tan puntuales como Stoper esperaba, los cultivos se impregnaron de toxinas mientras los mosquitos se adaptaban a la situación. La segunda mitad del siglo xx encontró a un mundo que podía mantener sus insectos a raya sin lograr aniquilarlos. Un mosco de hoy resiste sobredosis de ddt; en lo fundamental, el veneno sirve para marearlo y facilitar el golpe decisivo del trapo o la pantufla. Quizá en el porvenir un vecino del trópico definirá su siglo como la época de angustia en que fracasaron los insecticidas.

¡Qué diferencia con 1948, año en que se hacían fiestas de champaña y ddt y en que Paul Müller recibió el Premio Nobel por su invento fumigador! Rociar toxinas parecía entonces una forma de pasteurizar el aire. Medio siglo después, en los campos de maíz transgénico, el hombre le teme más a los remedios que a las enfermedades. Con la fórmula original, el ddt ya sólo se fabrica en China y la India.

En Hacia el final del tiempo John Updike imagina una sociedad futura donde aún existen los mosquitos. Lo más irritante de ellos sigue siendo su zumbido. El protagonista se pregunta por qué no habrán evolucionado hacia una existencia silenciosa. ¿Por qué delatan sus intenciones en forma tan aguda? Es como si los vampiros llevaran un cencerro.

En términos de darwinismo, ¿el mosco sería más apto si se callara de una vez? Probablemente pasaría menos trabajos. Pero su cometido parece ser otro. El enemigo dejó de ser de vida o muerte para sobrevivir como un mal menor, una invencible molestia. "Estamos en el mundo para darnos lata", escribió Calvino.

De tanto mezclar nuestras sangres, los moscos son el error inevitable y leve, la épica donde lo mismo da ganar o perder y sólo importa el sobresalto, la ilusión de batalla; saber que de pronto, por una vez, la madrugada nos reclama como el campo del sonido y de la furia.

Peluquero deprimido

Fui trasquilado por falta de amor a la humanidad. Naturalmente, tardé en advertir que la rapada tenía causas morales. Todo empezó con la difícil tarea de encontrar en Barcelona una peluquería que no pareciera un laboratorio de nouvelle cuisine. En los locales con sillones de diseño, los pelos se transforman en fideos de dramática posmodernidad. La verdad sea dicha, me gustaría tener suficiente material para someterme a esa aventura, pero pertenezco a la especie rala que sale de la peluquería de moda sin otra distinción que sugerir que el corte se hizo con cortaúñas.

En una esquina del Ensanche encontré la clásica peluquería simple: tubo de tres colores en la puerta, sillones giratorios de cuero, infinidad de frascos de plástico y fotos recortadas de revistas, con fantasiosos cortes de pelo que están ahí de adorno pero que nadie pide. Un hombre de unos setenta años barría el piso. Llevaba la filipina blanca de los barberos de antes, incapaces de bautizar su negocio como "Edoardo" o, peor aun, "D' Edoardo".

Tal vez para demostrar que no está en posesión de un arma blanca, el hombre con tijeras no para de hablar. Cuando se limita a fumar mientras esculpe un copete en forma de budín, despierta toda clase de sospechas (en este axioma se basa la película El hombre que nunca estuvo ahí, de los hermanos Coen).

El peluquero en cuestión pertenecía al modo canónico: activaba las tijeras aunque no cortara, como un tic para tomar impulso, y hablaba sin freno ni cansancio, a pesar de que uno de sus temas era precisamente el cansancio. Tres meses atrás, su socio había sido asaltado en una estación del metro y no quería volver al trabajo, abatido por la depresión. Él tenía que atender a todos los clientes. Había buscado un sustituto, pero no corren tiempos de gente de tijera. Me hizo ver que los negocios nuevos se llaman "estéticas", como si ahí oficiaran teóricos hegelianos. Por contraste, comentó mientras me untaba la espuma de un jabón barato, los locales tradicionales deberían llamarse "éticas".

Durante tres meses, el hombre dedicó sus domingos a visitar a su socio. Caminaban en la playa en compañía de un perrito, hablaban de las décadas compartidas en un rectángulo de dos por cuatro hasta llegar al momento fatal: la boca del metro, el asalto, el temor a perderlo todo, el sinsentido de cortar pelo. Una desolación profunda trababa por dentro a su amigo y le impedía abrir tijeras.

La depresión del socio acabó por deprimir a mi peluquero. Consultó a un psiquiatra y le recetaron ansiolíticos. Hablaba de su propio mal como si fuese un efecto secundario y llevadero de la depresión de su amigo.

En las siguientes visitas se quejó del exceso de trabajo y volvió a hablar de su socio, cuya tristeza informe hacía que él tomara calmantes. No se asumía como enfermo. En su relato, había un paciente para dos enfermedades. Cuando el otro se curara, los ansiolíticos serían un frasco más en la repisa, semejante al spray de vetiver.

Al cabo de unos meses conocí al segundo peluquero. Tenía la mandíbula cruzada por una cicatriz y arrastraba un pie. Me saludó de mal talante: dos clientes aguardaban turno. Los vio de reojo y dijo, con una mueca conciliadora: "No se preocupe: ésos tienen tan poco pelo como usted." En unos minutos se ocupó de mí; cortaba de prisa y con algún descuido. Le pregunté por su socio. "Está de vacaciones", contestó con una sonrisa oblicua, como si las vacaciones fueran el sobrenombre de un hospital, un manicomio o un cementerio. Miraba de modo curioso, tal vez concentrado en los pelos en las orejas, y hablaba sin cesar, en tono atropellado. No entendí o, mejor dicho, no quise entender lo que decía. Extrañé al otro peluquero cuya auténtica enfermedad era su socio.

Me refugié en una revista de mujeres desnudas y escritores famosos. Fui absorbido por una prosa sensiblera; el autor luchaba contra las injusticias del planeta con aires de superhéroe. De cualquier forma, era suficientemente deplorable: lo pésimo magnetiza más que lo malo. Me perdí en la argumentación del articulista que salvaba al mundo. Cuando alcé la mirada, encontré en el espejo a una persona que se me parecía y venía de un campo de exterminio. El peluquero sonreía como si mi cráneo fuera su terapia. El asaltado había regresado a vengarse.

Un artículo de Chesterton, "El barbero ortodoxo", me hizo pensar en otra moral para la historia: "Antes de que alguien hable con autoridad de amar a la humanidad, insisto (e insisto con violencia) en que debe estar siempre agradecido de que su barbero trate de hablar con él. Su barbero es humanidad: que ame eso." El barbero conversacional representa para Chesterton la primera frontera de la tolerancia. Si alguien es incapaz de oírlo divagar sobre el clima o la política, que no diga luego que se interesa en el Congo o el futuro de Japón.

Mi negativa a oír al segundo peluquero se debía a lo que me contó el primero, pero las tareas humanitarias no admiten sustituciones. En el sillón giratorio hay que oír a todos los peluqueros. Conocí el planteamiento de una historia pero hacía falta el segundo peluquero para llegar al desenlace. La cobardía o una abstracta superstición me hicieron repudiar lo que aquel hombre llevaba dentro. El resultado está a la vista. No es casual que, ante las vistosas tentaciones de las "estéticas" para el pelo, el peluquero original y ahora ausente haya propuesto que su negocio se llame "ética".

Borges

Participé en Cosmópolis, festival que aspira a condensar las aventuras de la palabra al modo de un aleph. En mi mesa, el tema volvió a ser Borges. Glosé como pude el espléndido ensayo de Alan Pauls, "Segunda mano", donde recuerda al oscuro Ramón Doll, quien describió a Borges como un ensayista parasitario, capaz de repetir textos ajenos como si nunca hubieran sido publicados. Esta descalificación abrió el paso al creador de ficciones: "Borges no rechaza la condena de Doll sino que la convierte —la revierte— en un programa artístico propio", escribe Pauls. Cinco años después de recibir ese ataque, publica su primer cuento, "Pierre Menard, autor del Quijote". Ahí, la reiteración se convierte en principio creativo por obra del contexto; no es lo mismo concebir un libro en el Siglo de Oro que recuperarlo línea por línea en el presente como un virtuoso anacronismo.
En 1933 Borges recibió de su adversario el impecable puñal de su defensa. En la Nochebuena de 1938 perdió el conocimiento a causa de un golpe en la cabeza y trató de escribir algo distinto para no deprimirse en exceso de sus posibles daños cerebrales si fracasaba con un poema o un ensayo, géneros que dominaba por entonces. Aunque había escrito una imaginaria reseña de libros, "El acercamiento a Almotásim", y había trastocado datos de biografías reales en Historia universal de la infamia, "Pierre Menard" significó el decisivo debut como cuentista y la consolidación de una estética donde la originalidad es derivada, dependiente de un modelo. No es extraño que el duelo, ya sea entre cuchilleros o en forma de discusión teórica, forme parte esencial del repertorio borgeano, ni que las categorías de víctima y verdugo o héroe y traidor sean a menudo intercambiables.
Fui la segunda voz de Alan Pauls hasta llegar a las preguntas. Un hombre de unos ochenta años salió de su aparente letargo: "¿Por qué soy Borges?", preguntó. Creímos no haber entendido. Él insistió; se apellidaba Borges, había visto su nombre en una biblioteca, pero no sabía qué pudiera tener de excepcional. "¿Quién es él?", dijo, tocándose la corbata púrpura. "Un chiflado", me dijo al oído mi vecino de mesa. Las urgencias del festival y el despiste de aquel señor hicieron que el diálogo se interrumpiera. Le sugerí entonces que viéramos la exposición "Borges y Buenos Aires", que se exhibía ahí mismo.
El hombre llevaba una bolsa de tela, en apariencia pesada, pero no me dejó cargarla. Vio varias veces su reloj, como si quisiera cerciorarse de que el tiempo avanzaba. Le pregunté de dónde eran sus padres. "De Mondoñedo, ¡¿de dónde van a ser?!", me miró con sorpresa. Le dije que allí nació Cunqueiro. Él no lo sabía o no le interesaba.
La exposición contaba con un dispositivo óptico fascinante. Todo estaba a oscuras y las vitrinas sólo permitían enfocar un manuscrito a la vez (lo demás se sumía en inmediata ceguera). Dos textos llamaron la atención de Borges, "La postulación de la realidad" y "Penúltima versión de la realidad". "Se repite", sonrió, como si descubriera un defecto. Minutos después le recordé aquellos títulos paralelos. Los había olvidado.
Ignoro lo que mi acompañante registró en la visita. Vio a Borges en un documental, un rostro parlante que ocupaba una casilla en un tablero de ajedrez y desaparecía para resurgir en otra casilla. En una pared había una frase sobre el texto definitivo, atributo de la religión o del cansancio. "Me duelen las piernas", dijo Borges.
Me pidió que lo acompañara a su casa. Dio su dirección sin problemas al taxista, hizo algún comentario sobre la iluminación navideña, me preguntó si me gustaba el pulpo a feira. Un anciano sin otra singularidad que la de ignorar la relación de un escritor con su apellido.
Vivía en la parte baja del Ensanche, no muy lejos de donde nos habíamos encontrado; sin embargo, parecía extenuado por el trayecto. Aun así, impidió que lo ayudara con la bolsa de tela. Subimos al piso principal. Nos abrió la puerta una mujer de unos cincuenta años fornidos. El olor de un guiso mejoraba el ambiente. La mujer me trató con naturalidad, como si fuera común que su patrón llegara ahí con desconocidos. Me pidió que pasara "a la salita". Lo que vi me dejó perplejo: seis o siete ejemplares de las Obras completas, publicadas por Emecé, numerosos volúmenes sueltos, todos de Borges, recortes de periódico de la juventud en Ginebra y las famosos fotos del ciego sonriente. "Se olvida de todo pero no del aceite", dijo la mujer, muy contenta. Sacó tres frascos de la bolsa de tela. El aceite de oliva se llamaba Borges.
Cada tanto tiempo, me explicó la mujer, su patrón llegaba con datos de su tocayo. Pero había sufrido un golpe en la cabeza y no podía fijar recuerdos recientes. Cuando volvía a salir, ignoraba quién era Borges. Estaba ante la contrafigura de Funes el memorioso, una copia vacía, siempre a punto de ocurrir, un borrador al que no llegaba la intención de la segunda mano.
El encuentro ocurrió, palabra por palabra, tal como lo refiero, y sin embargo regresa a mí con la irritante sensación de algo leído y recordado con intensidad y descuido. La realidad, que ignora lo verosímil, calca en forma burda los procedimientos borgeanos. La descripción literal de este episodio parece una falsificación o un pastiche. "Los años multiplican sin cansarse las figuras del parásito", comenta Alan Pauls. Eso, y no otra cosa, es la cosmópolis posterior a Borges: un caos de dobles que buscan su original en un texto.

Dias robados

Nabokov aconsejaba escribir la palabra "realidad" entre comillas. ¿Qué garantías tenemos de que nuestra versión de los hechos sea auténtica? Aunque los tribunales y los periódicos viven para cortejarla, la verdad es compañía escurridiza. Por eso asombran tanto los novelistas que pretenden captar las cosas "como son" y se esfuerzan por que sus personajes beban un café en tiempo real; a veces, en un alarde hiperrealista dedican tres páginas a que un protagonista se quite el abrigo. Esta insoportable lentitud de lo real aspira a que la prosa sea como un perro de paladar negro, con pedigrí de autenticidad, ejercicio bastante absurdo, tomando en cuenta que el arte no es menos verídico por ser inventado. Las inverificables hazañas del Rey Arturo determinan nuestro tiempo y nuestros videojuegos con mayor poderío que numerosos sucesos reales. En este sentido, también llama la atención el ardid publicitario de anunciar una película como "una historia verdadera". ¿La trama mejora o es más creíble por el hecho de que los protagonistas tengan tipo sanguíneo y código postal? En modo alguno. La verosimilitud de las historias depende de su lógica interna, no de testigos que puedan avalarla. Por lo demás, nada nos protege de que la frase "una historia verdadera" sea precisamente una mentira.
Una vez dichas, las palabras adquieren entidad propia. Como sostiene Juan José Saer, resulta una simplificación considerar que la invención literaria es lo contrario a la verdad: "La ficción no es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria [...] La paradoja propia de la ficción reside en que, si recurre a lo falso, lo hace para aumentar su credibilidad." En la marea de lo cotidiano sobran muchas cosas, pero suelen faltar detalles significativos. El narrador debe agregarlos para hacer convincentes los sucesos.
Quizá los publicistas deberían proceder al revés y garantizar un bienestar rigurosamente imaginario. Sin embargo, a pesar de que Oscar Wilde dejó una de las frases más repetidas de Occidente, "la realidad imita al arte", las formas de representación no gozan de prestigio en una sociedad ávida de certezas, fórmulas comprobables y tangibles como la cocción de un huevo en dos minutos. "Científicamente hablando", escribe Wilde en La decadencia de la mentira, "la base de la vida —la energía de la vida, como diría Aristóteles— no es sino el deseo de expresión, y el arte va presentando formas diversas a través de las cuales la expresión puede cumplirse. La vida se apodera de ellas y las utiliza, aunque sea para su propio daño." Me interesa en especial la última parte de la cita: la vida copia las invenciones, aunque sea para perjudicarse.
A diferencia de los amigos del realismo, los delincuentes desafían lo ordinario con verdadero arte y entienden la veracidad de lo representado más rápido que la policía. Debo al antropólogo Néstor García Canclini una elocuente anécdota al respecto. En México, los criminales han alterado la experiencia no siempre dramática de ir al cine. A la entrada de una sala un par de chicas aplican cuestionarios para una presunta encuesta y se concentran en espectadores adolescentes. Con criterio sociométrico hacen suficientes preguntas para determinar el nivel de ingresos de sus padres; luego, solicitan un teléfono para participar en la rifa. Los muchachos entran al cine mientras los encuestadores practican una rápida valoración económica y hablan al teléfono más prometedor. Si hasta ese momento han actuado como sociólogos, ahora lo hacen como escritores. Describen la ropa que lleva el adolescente en cuestión (sin olvidar los detalles que otorgan verosimilitud: los frenos en los dientes, el arete en la nariz, el llavero con un personaje de Toy Story), informan con frialdad operativa que lo tienen secuestrado y piden un rescate asequible. Los padres son citados en el estacionamiento del cine, justo al término de la película. La ecología del miedo que domina el D.F: hace que la historia suene no sólo lógica sino casi inevitable. Los padres depositan la bolsa con dinero en un bote de basura del estacionamiento. Minutos después, los hijos son "liberados": salen del cine sin saber que fueron rehenes de un secuestro conjetural pero en modo alguno falso.
En ocasiones, los "secuestrados" ven en la pantalla una "historia verdadera" sin saber que la representación a la que han dado lugar adquiere mientras tanto una más dolorosa realidad.
De algún modo, también la lectura es un secuestro virtual, y acaso se trate del único antídoto contra las formas adversas de la representación. Los lectores están mejor adiestrados para discernir en qué momento alguien trata de convertirlos en personajes, figuras de convincente virtualidad, ideales para delinquir.
El secuestro es una de las muchas variables de la prometedora "criminalidad de invención" donde las coartadas, las víctimas y los botines se decidirán a partir de fabulaciones. Aunque se sirven de rudimentos literarios para refutar la realidad, los facinerosos del género requieren otros artefactos de comunicación. Es de suponerse el empujón que les darán los nuevos teléfonos celulares que también toman fotografías y se conectan a internet. Las posibilidades expresivas y delictivas de este artificio son infinitas. Ya las descubrirán quienes, al modo de Wilde, saben que la vida copia las invenciones, aunque sea para perjudicarse.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La cumbre

A diferencia de los hackers y otros cibernautas, los poderosos de la Tierra sólo se ponen de acuerdo si se reúnen a suficiente proximidad para respirarse las lociones. Lo malo de este íntimo afán es que convierte a una ciudad en una locación para filmar el apocalipsis.

Los idus de marzo quisieron que Barcelona recibiera a los jerarcas postindustrializados la misma semana en que los hooligans del Liverpool y los forofos del Real Madrid se enfrentaban al Barça en dos partidos que podían dejar de ser una simple metáfora de la guerra. Para enfatizar el caos, la cumbre se celebró en los hoteles de lujo más cercanos al estadio. Además, hay que decir que los gobernantes no se instalan en un albergue: lo allanan. El confort es representado por un pelotón en la calle, y la tranquilidad por un guardaespaldas que recorre un pasillo y habla en voz baja, como si le rezara al micrófono que lleva junto a la boca.

Enrique Vila-Matas ha descrito a Barcelona como la urbe nerviosa, la Madame Bovary de las ciudades. Gracias a la cumbre, fue una diva intoxicada y paranoica, con ganas de demandar a sus amantes y de despedir a sus promotores. La avenida Diagonal se convirtió en la región más patrullada de este lado de Gaza y Cisjordania y las plazas se poblaron de activistas de mochila y carcaj, dispuestos a contrarrestar la cumbre con un Eurowoodstock.

Tal vez todo era parte de un plan de antropología extrema; lo cierto es que hizo pensar que los encuentros de dignatarios, como los de los alces en celo, deberían ocurrir en reservas restringidas. Más allá de las ganas de practicar una provocadora plutografía, ¿qué justifica que los dueños del mundo desmadren una ciudad? En tiempos de paz, los servicios secretos deberían ocuparse del turismo de Estado para juntar a jerarcas sin que nadie se enterara (o para que nos enteráramos después de la foto). Pero los gobernantes son incapaces de concentrarse como deportistas en pretemporada. A ellos no les funciona un spa en el desierto. Necesitan la arteria paralizada desde el aeropuerto al hotel, la amenaza de boicot, el despliegue de uniformados. Quizá lo que excita a los burócratas sobrepagados sea la tentación de motín. Los gritos de las multitudes y los coches en llamas les hacen transpirar la momentánea angustia de los próceres.

¿Hay un Albert Speer contemporáneo capaz de diseñar un búnker suficientemente atractivo para los líderes de la democracia? En vez de tomar ciudades y derrochar en faenas de seguridad y limpieza, podrían economizar construyendo escarpadas fortalezas, con habitaciones dotadas de canal porno y servibar.

Pero los campeones del capital prefieren convertir los impuestos en vallas y escudos antimotines. Si esto es contradictorio, no lo es menos que despotriquen contra el terrorismo y ofrezcan un blanco tan atractivo. Sabemos que en el mundo hay cuchilleros fanáticos, tecnopirómanos, bombas humanas, anarcofumigadores, escuadrones de la muerte y otras variantes del aniquilamiento solitario o en equipo. Para como están las cosas, ¿no vendría bien un poco de discreción a la hora de contar el dinero? Pero los protagonistas de la cumbre padecen mal de montaña. Si descienden un poco, sienten que claudican.

A esta era pródiga en criminales aún no llega el magnicida serial. Con su sed de arena pública y su convoy de limusinas, los encumbrados sugieren inéditos delitos. La mayoría de los opositores a la cumbre son ciudadanos hartos de que la ropa europea sea cosida por niñas de Taiwán. Sus protestas van acompañadas de formas alternas de progreso y no proponen blandir el cutter de la muerte. Pero al hotel rigurosamente vigilado puede colarse el hombre de ceja arqueada y sonrisa oblicua que grita: "Here' s Johnny!" ¿Por qué no escoger un sitio de veras a salvo, como la base militar de Guantánamo?

Desde el 11 de septiembre los líderes tienen un archilíder que esgrime para su causa su dolor legítimo, pero sobre todo se apoya en la renuncia de los gobiernos de Europa y Japón a ejercer la crítica. Como ha señalado Fernando Savater, Occidente se dedica a comprar democracia made in usa. La cumbre sirve para que los consumidores pongan algunos reparos a la calidad de la mayonesa. ¿No se podría hacer eso por e-mail? Sí, pero se perdería en gestualidad cívica. Tocqueville jamás imaginó esta salvaje puesta en escena: los mandatarios de las democracias enclaustrados ante la adversa marea de las multitudes. Obviamente, quienes están a gusto con el planeta McDonald's no salen a la calle a gritar: "¡Que todo siga igual!" Después de leer a Marx, un empresario mexicano comentó: "Lo único bueno de la lucha de clases es que la vamos ganando." Los invisibles fans de la cumbre se limitan a votar de tanto en tanto.

Para Ortega y Gasset Europa constaba de muchas abejas y un solo enjambre. Escribo estas líneas antes de que el espíritu de la colmena se congregue en Barcelona. Ignoro los heridos y los acuerdos. Lo decisivo, en todo caso, es que los dueños del mundo necesitan un parque temático que les brinde emociones. Ningún resort puede depararles los sobresaltos de Seattle, Génova o Barcelona. Durante unos días, la mesa circular de los convenios y los vasos de agua mineral debe ser amenazada por la realidad. Las hordas gritan allá afuera, como en tiempos de la comuna de París: "¡O todos o ninguno!" Sería exagerado suponer que los miembros del club de los precios se creen intrépidos. Pensemos que se consagran a la no menos temeraria suposición de sentirse vivos.

domingo, 26 de octubre de 2008

MEDIOCENTROS CON NOMBRES PROPIOS

Pirlo, el jugador del Milán tiene la técnica de un organizador y no juega con guardaespaldas sino con escolta. Gattusso juega por delante. Su posición real es la de jugador posicional y es por ello que al Milán le cuesta a veces las transiciones. Son un equipo lento y poco dinámico y muchas veces partido. Gatusso es el pegamento entre la defensa y la delantera y el jugador clave del Milán. La variante Pirlo es un lujo en el Milán capaz de dibujar jugadas en pizarra que gracias a su calidad gana partidos sin movimientos mecanizados. Es el MC más retrasado que más partidos gana. Pirlo, es una excepción en el fútbol moderno. Juega por detrás, pero es vertical. Solo un jugador de su calidad hace que un equipo se permita el lujo de jugar con un físico como él solo de 4.

Fabregas es el nuevo todocampistas por excelencia. El jugador que más veces interviene en tres cuartos de campo, muy por encima de Kaká. Encontrar una parcela en la zona fuerte es dificilísimo. Nunca lo consiguió Zidane, tampoco el milanista y los otros llegadores hacen de la zona débil su fuerte porque lo otro les queda grande. Fabregas tiene calidad y abarca todo el centro del campo. Recibe abajo y llega arriba. Inicia y finaliza la jugada. Sería capaz de sacar un corner, rematarlo él y jugar en equipo a la vez. Cesc es un 10 con juego a balón parado, disparo letal, definición y organización.

MEDIOCENTRO LLEGADOR O TODOCAMPISTA

Hay pocos y muy distintos. Son el jugador moderno, el de la transición rápida, el que hace la falta táctica y mete el gol a la contra. El que destruye y construye. Ataca y defiende por igual, es vertical, juega a una velocidad de vértigo y pierde balones. Los MC llegadores no buscan la zona de balón sino son expertos en ocupar la zona débil, buscar una parcela que explotar en cada partido. Imaginaros que un entrenador comete el error de poner a un MC africano recuperador en el perfil de posición y éste, constantemente pierde la posición. El MC llegador se convierte en un MP que juega a su espalda, libre en tres cuartos de campo y marcando la diferencia con libertad de movimientos. El mejor jugador del mundo es Gerrard. En su momento lo fue Lampard y antes Ballack. Y lo será Fabregas.
Muchas son intrascendentes durante los partidos, pero buscan su parcela y romper el partido en una sola acción. Sneijder es un buen ejemplo y si le piden lo que no tiene, el Madrid perderá a un gran jugador.

MEDIOCENTRO ORGANIZADOR

Se están extinguiendo y solo valen para el 442 escalonado. Los organizadores suelen tener demasiado poco recorrido para cumplir aportando más rendimiento que un jugador puramente defensivo u otro puramente ofensivo. Son la primera salida con posesión en zona de defensas, pero necesitan verticalidad, apertura a bandas y visión de juego. Y también, acompañar la jugada en ataque, siendo el otro mediocentro el que aguanta y hace de referencia en el centro. Se necesita un modelo de juego muy definido para eso, porque el MC referencia varía si el equipo tiene balón o no y en un equipo global, no tiene sitio. Hace tiempo, con equipos rotos, con un equipo para defender y otro para atacar, era diferencial. En un fútbol de velocidad, no.
Un jugador capaz de desarrollar esa función es Iniesta. Esa y muchas. También Fabregas. Afortunadamente, estos se han reciclado, como no lo hace Gago o no lo ha hecho el ahora goleador Xavi y son todocampistas.

MEDIOCENTRO DE RECORRIDO (RECUPERADOR)

Entre esta posición y la ya estudiada llega la gran confusión para los entrenadores, sobre todo ahora que está de moda el mediocentro africano. Podría ser ese un perfil para nuestro estudio, pero no lo es. Porque está el perfil Makelelé y el perfil Essien y ambos distan muchísimo. Rikjaard y Schuster, envidia de cualquiera por el equipo que dirigen no saben lo que tienen y como sacarle rendimiento. Toure, un portento físico, con técnica, llegada y disparo. La anarquía africana no es la europea, pero es anarquía. Anarquía para perder la posición, pero sea para perseguir como perro de presa al organizador rival, robas en zona cercana a la porteria rival y tienes llegada. Eso es Toure, que está obligado a jugar de MC posicional donde no tiene el sentido táctico necesario y pierdes el 60% de su potencial haciendo de sus virtudes defectos letales. Donde hoy juega, si Toure llega, si Toure presiona lo que hace es perder la posición y regalar el centro del campo. Una barbaridad y un jugador que juega esposado por su entrenador. En el Barça, roba más Iniesta que él, sin embargo, la primera salida para los defensas con balón, es el marfileño. Algo falla. Y los resultados, a la vista están. Por contra, intenta Schuster colocar a Diarra de interior. Diarra no es robador, y si roba en tres cuartos de campo, la perderá al instante. Diarra es potencia, es salto y es fuerza. Nadie le pasa en el 1x1 en mediocampo. Le falta pulir la falta táctica y saber su límite técnico, pero sus virtudes son las de un jugador de posición, a pesar de su naturaleza física. Pocos mediocentros son mejores que Diarra en segunda línea defensiva y pocos se desgastan en una misma parcela tanto como él. Acordaros del ejemplo previo sobre el Madrid y la crítica a Heinze y Pepe. Pues el jugador que hizo el 2x1 contra Riera era Diarra. Y durante 90 min. Luego la prensa habla del balón que ha perdido.
Para esa posición Gago anda justito porque no vale en un equipo que no marca el ritmo de los partidos. El argentino sería perfecto en el Barça por detrás de Toure y un mediapunta top por delante. Gago primera referencia para salida de balón buscando en vertical al mediapunta top; Iniesta, siendo éste el encargado de dar profundidad y último pase. Tiene que pulir aspectos tácticos, pero mantiene la posición y lucha y va al suelo. Juega precipitado y será expulsado muchas veces y no tiene nivel para ser el tercer central y sacar segunda jugada del rival. Eso es Diarra y eso es imprescindible en un Madrid que no tiene los partidos bajo su control sino que los gana gracias al descontrol rival.
El mejor, a pesar de su bajón, en esa posición es Essien que dentro de unos años se reciclará como hizo Makelelé y será un MC posicional. Essien achica, recorre metros, roba en el 1x1, tiene una transición de vértigo y abre balón a bandas. Llega, dispara y empuja. Por eso, Essien no puede jugar solo en el centro. Mou nunca cometió el error (la tentación) de jugar con un 433 Essien-Ballack-Lampard con dos extremos y Drogba. Es bonito para el aficionado pero no tan competitivo. Al jugar sin bandas, Lampard y Ballack están obligados a un gran recorrido y Essien achica y busca robo limpio. Un mediapunta de calidad retrasa posición y el Chelsea muere.

Los mediocentros posicionales

Los mediocentros posicionales son mediocentros que juegan por delante de la línea defensiva de su equipo y han de ser la referencia en el centro del campo. Jugadores que no tienen que tener recorrido sino aportar una labor invisible que permita a sus compañeros perder la posición buscando el pressing al poseedor de balón sin miedo a perder la zona. Para Mourinho un MC posicional es clave en sus esquemas ya que su modelo de juego destaca por el gran desgaste en la zona ancha del terreno de juego y la marca al posible receptor de balón con más de un jugador. Essien y Lampard podían correr tranquilos porque Makelelé siempre estaría en el centro del campo con menos desgaste del que la gente piensa, pero mucha más inteligencia. El Makelelé del Madrid y el del Chelsea son dos jugadores completamente distintos.
Un equipo sin un MC posicional no puede aplicar un pressing al poseedor del balón serio porque el centro del campo sería un completo caos, un desorden que con un par de variantes sobre la marcha del rival, estaría roto. Un mediapunta entre líneas, los MC arrastran al mediocampo nuestro, balón al mediapunta y desmarque de los bandas y el delantero. ¿Se acuerdan de la Roma? Es por eso que los equipos con 4-4-2 bien trabajados defienden mediante basculación y buscan inteligentemente llevar al rival a banda para ejercer pressing en esa zona con ayuda de los laterales. Nunca en el centro de la cancha. Sin embargo, un equipo con 4-1-4-1 puede hacer marcas al hombre a los receptores rivales del centro del campo cuando es la defensa del contrincante quien tiene posesión. Ahogas las salidas y si optan por el pelotazo, defensa de 4 más el MC posicional de cara y si hay arrastre del MP rival a la zona ancha, siempre está el MC posicional en un 1x1 con 4 por detrás y 4 por delante.
Sin duda, el mejor mediocentro posicional del mundo, hoy por hoy, es De Rossi. Un tesoro en forma de jugador que domina todos los aspectos imprescindibles para esa demarcación; Actua de tercer central si el rival entra por banda, ofrece jerarquía para plantar la línea donde al rival le interesa (gran defecto de Albelda), hace faltas tácticas y sabe jugar con cartulina amarilla.

Mediocentro el corazon del futbol

Dice la buena prosa que el fútbol se gana en las áreas y se merece en el centro del campo. Yo, personalmente, no me lo creo. No me lo creo porque no consigo distinguir el centro del campo de las defensas o los atacantes. Como no consigo distinguir defender con atacar. Para mí, el fútbol es un concepto global en el que un equipo está formado por 11 jugadores con cada uno una misión específica que debe saber hacer y que la suma de todas esas funciones de como resultado EQUIPO. Qué los once piensen y actuen de la misma manera. No hay defensa sin ataque y no hay ataque sin defensa. Los equipos tienen que defender de manera que al robar el balón sepan como actuar en ataque, de la misma manera que al perder el balón, todos puedan replegarse o achicar de manera ecuánime y no cada uno por su lado. Por eso, no podemos hablar de un equipo distinto el que defiende y otro el que ataque. Es un mismo conjunto con una situación distinta. Y el que mejor soluciona tales situaciones es el mejor. Las situaciones pueden ser defensa, ataque, saques de banda, corners, robo en tres cuartos de campo, etc.

Lo mismo pasa cuando queremos distinguir si un jugador es bueno o malo. Eso es algo muy simple y un esquema incompleto. Hoy nace el primer capítulo de la posición en especificidad y sus variantes y hablaremos de los centrocampistas y el perfil de cada uno de ellos. Porque no el más técnico es el mejor. En Futbolitis puse el ejemplo del Real Madrid y su sistema defensivo. Pepe y Heinze son grandes defensas, no solo por características físicas-técnicas (velocidad, anticipación, etc.) sino también por capacidades tácticas, pero toda la prensa habla ahora del gran partido de Pepe, en efecto, hizo un gran partido, pero la lectura del portugués y del argentino pudo valer la derrota del equipo blanco el Sabado aun individualmente teniendo una actuación brillante.
El error fue meter la línea atrás y no bascular sino esperar en zona de remate. Torres tenía orden de marcar de cerca a Riera, no basculando sino achicando para que no se diese la vuelta e iniciara carrera. El achique presionante tiene un riesgo y es que robas más balones, pero cuando no lo haces, le das una autopista al rival. Por eso, los centrales y el otro lateral e incluso el interior de banda contraria tienen que bascular hacia el costado de la zona fuerte para crear situaciones de superioridad. Torres gana confianza para robar y sino lo consigue, está Pepe a una distancia para salir a la anticipación. Pues bien, había momentos donde Torres achica en mediocampo y Pepe y Heinze están en línea, en la media luna del área blanca, a 40 m. de la zona de balón. Si Riera, que tuvo un mal día, rompe a Torres (muy serio todo el partido), el partido es del Espanyol que llega a zona de ataque con poseedor de balón más 2x2 en ataque L.Garcia y Soriano contra los centrales. Entonces, con movimientos en defensa tan erroneos (¿hace cuanto el Madrid deja su portería imbatida ya con Pepe recuperado?) ¿qué importa que las características físico técnicas sean excelentes? En un defensa, tan importante es eso como la concentración, la lectura táctica de un partido, el liderazgo y la jerarquía. Eso no se ve, no lo verá Segurola ni Trueba pero es fútbol y gana partidos.

domingo, 19 de octubre de 2008

Un pensamiento de futbol.

Cuando se hojea la prensa y se escucha la radio, se comprueba enseguida que hay un tema dominante: el fútbol y la liga de fútbol. Este deporte se ha convertido en un acontecimiento universal que une a los hombres de todo el mundo por encima de las fronteras nacionales, con un mismo sentir, con idénticas ilusiones, temores, pasiones y alegrías. Todo esto nos revela que nos encontramos frente a un fenómeno genuinamente humano.

Surge espontánea la pregunta sobre el por qué de la fascinación que ejerce este juego. El pesimista contestará que es una repetición más de lo que ya se experimentó en la antigua Roma: pan y circo; panem et circenses.

Pero, incluso si aceptáramos esta respuesta, tendríamos que preguntarnos: ¿y a qué se debe semejante fascinación, que lleva poner el juego junto al pan, y a darle la misma importancia?

Volviendo de nuevo en la antigua Roma, podríamos contestar a esta pregunta diciendo que aquel grito que pedía “pan y juego” era la expresión del deseo de una vida paradísiaca. En este sentido, el juego se presenta como una especie de regreso al hogar primero, al paraíso; como una escapatoria de la existencia cotidiana, con su dureza esclavizante.

Sin embargo el juego tiene, sobre todo en los niños, un sentido distinto: es un entrenamiento para la vida.

A mi juicio, la fascinación por el fútbol consiste, esencialmente, en que sabe unir de forma convincente estos dos sentidos: ayuda al hombre a autodisciplinarse y le enseña a colaborar con los demás dentro de un equipo, mostrándole como puede enfrentarse con los otros de una forma noble.

Al contemplarlo, los hombres se identifican con ese juego, haciendo suyo ese espíritu de colaboración y de confrontación leal con los demás.

Desde luego, la seriedad sombría del dinero, unida a los intereses mercantiles, pueden echar todo esto a perder.

Al pensar detenidamente en todo esto, se plantea la posibilidad de aprender a vivir con el espíritu del juego, porque la libertad del hombre se alimenta también de reglas y de autodisciplina.

En todo caso, la visión de un mundo que vibra con el juego debiera servirnos para algo más que para el entretenernos, porque si fuéramos al fondo de la cuestión, el juego podría mostrarnos una nueva forma de entender la vida.

viernes, 17 de octubre de 2008

César Luis Menotti

El "flaco", un gran director técnico, un "científico" del fútbol. Los que lo vieron jugar dicen que le pegaba como los dioses, pero era "vago", jugaba de creador, y como todo jugador de esas características no corría mucho.

Caracterizado por su "saber" sobre el fútbol, el flaco se ha convertido desde mi punto de vista en el mejor entrenador de la Argentina, no en estos momentos pero sin dudas es de lo mejor. Piensa mucho en el fútbol, lo cataloga como un juego, en el que si se juega mal o sin ganas pierde su esencia.

En la muy buena nota que le realizó Fantino por Espn+, Menotti dijo que el "menottismo" no existe, es un enfoque diferente sobre la estrategia, táctica y enseñanza. Para definir el fútbol citó: "es un pensamiento complejo". Muy bueno el "resúmen" en dos palabras del mejor deporte del mundo. También dijo que al fútbol lo hacen simple los buenos jugadores.

"Para jugar bien no hay que correr" decía César Luis. No cree en la deslealtad de un jugador, que no va para atrás.

Sostuvo que a Kempes no se lo tiene en cuenta. Tiene toda la razón, está muy "separado" de la Argentina.

Entre las cosas que le faltaron a Argentina en el Mundial estuvo el coraje, pero reconoció que tuvo momentos de buen fútbol.

El tipo fue campeón mundial sentado en el banco de la Argentina, con una selección veloz y potente, centrada en el matador Mario Alberto Kempes. De esta manera consiguió el primer título mundial para Argentina.

Yo creo que es mucho más que Bilardo, mas basado en lo táctico, en cambio, el flaco tiene como principal plan el buen juego casi sin importarle nada lo demás.

Que más decir de este "teórico" del fútbol, un gran entrenador, que esperemos que vuelva pronto a nuestros bancos de suplentes para disfrutar de su saber.

sábado, 11 de octubre de 2008

Vison del futbol y la crisis economica actual.

El fútbol ha reproducido en muchos aspectos el modelo que ha llevado al mundo a su peor crisis financiera desde la II Guerra Mundial. Las alegres correrías en el mercado futbolístico han producido inflación, quiebras técnicas y la misma impunidad que ampara a los causantes del actual desastre económico.

El plan de salvación de Bush -la inyección de 700.000 millones de dólares para sostener a las entidades que alegremente entraron en una espiral de corrupción y dinero fácil- implica que los ciudadanos tienen que comerse un sapo muy crudo: si no se salva a las entidades responsables del desplome, se derrumbará todo el sistema. De arriba abajo.

Nadie sufrirá más las consecuencias del derrumbe que los ciudadanos, de manera que cuidar de los negligentes es una condición necesaria para amparar a la gente corriente. El fútbol sabe mucho de los manejos turbios de sus dirigentes y de la red que les aguanta. Cuando hay dinero y codicia, hablan de autonomía, mercado y negocio. Cuando sus tropelías abocan los clubes a la ruina, proclaman el valor social del fútbol y exigen la ayuda de las instituciones públicas. Jugar con dos barajas se ha convertido durante los últimos años en el rasgo característico del fútbol y del sistema financiero.

Con el típico misterio que rodea al fútbol español se habla de una decena de clubes al borde del abismo, de la quiebra técnica. Años de excesos han generado las estrecheces actuales. La crisis financiera mundial añade más dramatismo al problema. Sin dinero todo tiembla: todos los mercados, desde el televisivo al publicitario, están acorralados. Y todos esos son los mercados que sostienen al fútbol.

Aunque no están a salvo de la agitación, en el mundo resistirán los clubes más grandes, por mucho que algunos hayan sido responsables de los grandes disparates de los últimos diez años. Ahora no suena extraña, ni heterodoxa, ni caprichosa, la presencia de magnates rusos, árabes o chinos en el mercado futbolístico. Es otra consecuencia del giro que ha dado el mundo. China es el principal prestamista de Estados Unidos. Los países de Oriente Medio y Rusia suministran la energía a Occidente en forma de gas y petróleo. En definitiva, todos ellos disponen de una ventajosa posición que utilizarán en beneficio propio.

Será interesante observar la respuesta del fútbol a los problemas críticos que se avecinan. El capital extranjero se ha apoderado de la mayoría de los principales clubes ingleses. Es probable que ni el Manchester United ni el Liverpool, ahora en manos de capitalistas estadounidenses, queden libres del asalto de los ambiciosos magnates rusos y árabes. El mundo gira y el fútbol, también.

El fútbol español no permite grandes ilusiones. Desorganizada, con una mezcla de peculiares sociedades anónimas -siempre con hilos en las instituciones públicas- y clubes aparentemente controlados por su masa social, caso del Real Madrid, Barça y Athletic, la Liga atraviesa un periodo de incertidumbres económicas y poco saludables perspectivas. El ajuste se anuncia muy duro. Apenas hay mercado, la crisis económica golpea a los principales sectores que alimentan el negocio del fútbol y, por ahora, no resulta una Liga atractiva para los grandes inversores extranjeros.

Por fortuna, las peores situaciones requieren soluciones sencillas, pero eficaces. Una de ellas se antoja más que accesible para muchos equipos españoles: la utilización de la cantera como recurso para amortiguar el golpazo de la crisis. En este capítulo, España tiene una ventaja indiscutible. Muchos equipos, comenzando por el Barça y el Real Madrid, han hecho los deberes: sus canteras producen excelentes jugadores, algo que no ocurre en Inglaterra y entre los principales equipos italianos. Al menos, hay un colchón de seguridad para los malos tiempos.

Psicologia en el futbol.

El fútbol es probablemente el deporte más bello, el único capaz de combinar ingredientes tales como el arte, la estética, el odio, la agresividad, la solidaridad y la emoción entre otros y además hay algo que debemos subrayar es el único deporte que se juega con los pies exclusivamente pero su estrategia es mental. Al referirnos al fútbol y el lugar que ocupa en el plano social es una pasión que se multiplica. Es el deporte elegido por más seres humanos en el mundo para jugarlo, ir a disfrutarlo a las canchas, seguirlo por televisión o sencillamente leerlo. Es un deporte donde todos opinan sobre el juego; la gente, los periodistas, los jugadores y los técnicos. El fútbol es un deporte que se ha súper-profesionalizado y como deporte súper-profesionalizado se ha trasformado en un nuevo producto, una nueva mercancía. Es imposible creer en este ambiente que un jugador disfrute plenamente el juego, es decir, sentir satisfacción, placer lúdico; en la alta competencia el placer esta minimizado pues la presión excesiva en la competencia produce roturas del equilibrio y del bienestar psicológico tanto en el fútbol profesional como en el escolar y juvenil antes se jugaba por el honor, por una medalla, por el barrio hoy se juega por una institución, por fama, por dinero o por una transferencia al exterior.

Cuando hablamos del fútbol escolar y juvenil hablamos de una población de adolescentes entre los 13 y los 18 años con una misma pasión y un mismo objetivo una motivación pero con diferente familia, personalidad, diferente extracción social y actitud psicológica.

Según el aporte de diferentes autores, los futuro deportistas se sienten inclinados hacia la práctica del deporte por:

* Satisfacción por la actividad física
* Mejorar sus habilidades
* Arte y pericia en el deporte
* Viajes
* Recompensas extrínsecas

.El futuro futbolista debe ser un deportista que se caracteriza por tener:

Claridad de objetivos.

* Iniciativa.
* Disciplina.
* Decisión entereza.
* Tenacidad.
* Seguridad dominio de si.
* Autodirección.

El trabajo del psicólogo como el del entrenador, preparador físico y médico se mide por su eficacia, en este caso es un trabajo invisible a veces imperceptible y que no luce con efectos verdaderos sino a largo plazo. Los dos grandes objetivos que guían la tarea del psicólogo en esta categoría son:

a) Prevención y promoción de la salud mental del deportista, enmarcada en el plano del ser humano

b) El mayor rendimiento posible a la hora de la competencia, es decir: potencial y entrenar mentalmente actitudes psicológicas como la confianza, la concentración, la motivación, el aislamiento de presiones externas e internas, ayudar a cohesionar al grupo y mejorar la relación entrenador-jugador.

Cuando trabajamos en el fútbol escolar y juvenil debemos saber que el eje no esta puesto exclusivamente en los resultados, sino en la promoción del mayor número posible de jugadores a la división profesional.

Al desarrollar esta tarea debemos prevenir:

* Deserción escolar: primero Intentamos sortear falsas dicotomías como la de juegas o estudias, juega o tiene novia, etc. Debemos en cambio tratar de orientarlo ya que si organiza bien su tiempo el joven podrá entrenar, jugar, tener novia, etc. De esta manera puede rendir en todos los planos sin perder sus intereses y motivaciones. Para los adolescentes en su mayoría el colegio es sinónimo de pasarla bien, el fútbol en cambio es una carrera corta sin tener en cuenta las posibles lesiones que aparecen, que hacer entonces en los otros 30 años de vida. Partiendo de esto la educación da más elementos para enfrentar la vida cada vez más difícil.

* Expulsiones: El fútbol es un juego de equipo además de perjudicar al expulsado la expulsión también perjudica a todo el grupo ya que deja el equipo en inferioridad numérica, siendo este un aspecto que pasa desapercibido pero que es necesario tenerlo en cuenta en las diferentes competencias.

* Lesiones: Las estadísticas nos dicen que los jugadores que llegan por primera vez a un club se lesionan con mayor frecuencia, por lo general en el primer mes; hay dos factores fundamentales: El cambio ambiental y el cambio de ritmo en las exigencias de entrenamiento, el primero hace referencia al lugar físico (casa, hotel, pueblo, ciudad) relaciones interpersonales (familia, novia, amigos, colegio, etc.) el segundo factor en la mayoría de los casos el ritmo de entrenamiento es mayor que el acostumbrado.

* Inductores de Estrés: En esta división los padres, la novia, los amigos en muchos casos son los inductores de estrés, droga, alcoholismo y agresión competitiva. Como lo demuestra la siguiente frase "Como un joven puede jugar bien si cada vez que comete un error, escucha los lamentos de la madre y percibe el rostro decepcionado del padre

miércoles, 8 de octubre de 2008

LIDERAZGO Y FÚTBOL ¿SE PUEDE APRENDER DE LAS ESTRELLAS DEPORTIVAS?

Yo no creo en el líder. Eso del líder es un cuento chino. Creo en un equipo con pasillos de seguridad donde están ubicados esos líderes. No creo en el líder único, pero ni para el fútbol ni para una empresa, porque se va y se queda el equipo sin nada. Aquí, los líderes debemos ser todos desde el entrenador al último jugador" dijo Raúl González, capitán del Real Madrid y de la Selección Española de Fútbol.

En el mes de agosto la liga española dormía. Las estrellas deportivas descansaban. Y los directivos de los clubes preparaban los distintos fichajes para el nuevo reto de la competición deportiva española más seguida en todo el mundo.

Efectivamente, desde Japón hasta Estados Unidos, pasando por Latinoamérica, todos ponen sus ojos en una liga llena de estrellas y fichajes millonarios.

Pero en el verano español, todo descansa y nada parece que hubiera que hacer más que seguir a nuestros moteros, con Pedrosa a la cabeza, al gran Fernando Alonso en la Fórmula Uno, y un deslucido Mundial de Atletismo.

En uno de esos días aparece una noticia en el Marca, diario deportivo español, El nuevo Raúl y sus 7 mandamientos. Un artículo que me sorprende por las muchas lecciones que podemos aprender del Capitán del Real Madrid: Raúl González.

A veces he creído que los deportistas que se meten a dar lecciones de liderazgo y gestión en las empresas, salen de su campo para meterse en uno que nada o poco conocen. El mundo empresarial es bien distinto a jugar un partido de fútbol.

De hecho conozco ejemplos de fracasos de estos deportistas en distintas conferencias. Aunque reconozco que a veces es interesante escuchar a un campeón del mundo de esto o de aquello y cómo lo consiguió.
Tambien hay quien me calla la boca con unas catedras del balonpie y los negocios como el caso de Valdano a quien no tan solo dios le dio la habilidad en las piernas sino que lo nutrio de labia para llevar el juego mas simple a contexto de la literatura.


Pero en este caso, Raúl González nos da grandes lecciones. Como jugador y capitán del Real Madrid y de la Selección Española de Fútbol ha sido referencia en los últimos años y ha marcado goles brillantes.

Sus siete mandamientos como capitán son:

1. Entrenar hasta los días de descanso.

Hay que ser el mejor y eso sólo se consigue entrenando, trabajando sin descanso, hasta en días de fiesta hay tiempos para seguir adelantando. ¿Qué lecturas nos hemos llevado este verano con nosotros para seguir avanzando en este camino? Para ser excelente en un trabajo, es necesario.

Esta máxima, entrenar hasta en las vacaciones, corresponde perfectamente al Hábito del aprendizaje. Estamos en continuo reciclaje. La experiencia se gana luchando. Ser el número uno no es cuestión de suerte, sino de Buena Suerte, entendida como hacen Álex Rovira y Fernando Trías de Bes, es decir como un destino que nos labramos cada uno en la medida en que lucha por él.

2. Hablar a diario con el entrenador.

La comunicación frecuente con los jefes, fundamental para alguien que es referencia. Este mandamiento hace referencia, sin embargo a varios hábitos directivos: Hábito de la información, resultados, delegación y de la comunicación.
En cuanto al de la Información: ¿Qué debo saber como capitán? ¿Quién tiene esa información? ¿Qué tendré que decir yo a los demás como capitán? ¿Cuál es la estrategia del entrenador? ¿Cuáles son sus preferencias y los mensajes fundamentales? ¿Quién es el contrincante próximo y cómo actúa?

El de los Resultados. ¿Qué se espera de mí? ¿Y del equipo? ¿Cuál es el resultado que perseguimos en el siguiente encuentro?

De la Delegación: ¿Qué tendré que decir al equipo? ¿Y a cada integrante en particular? ¿Cuál es el mensaje para los nuevos y para los de cantera? ¿Cómo integrar a los nuevos fichajes entre tantos galácticos?

Por fin sencillamente el de la Comunicación: ¿Qué le tengo que decir al Mister de las cosas que me preocupan o no? ¿Algún otro compañero del equipo quiere decirle algo? Escucharnos es fundamental para poder tener un equipo integrado. No valen individualismos ni galácticos en solitario, así no se ganan los partidos ni las ligas ni los campeonatos.

3. Ejercer de capitán con los “galácticos”.

Qué difícil tarea tiene alguien que, sin ser el jefe, hace de cabeza visible de un equipo en el que todos los integrantes son geniales, magos, superhéroes para los ojos de los demás mortales (sólo hay que ver los distintos anuncios publicitarios, tales como los de Nike o Adidas) La comunicación con los semejantes, aunque sean mejores que uno mismo, es fundamental.

El Hábito del equipo es fundamental ponerlo en marcha en este momento. ¿Qué necesita el equipo? ¿Qué debe conseguir? ¿Cómo integrar a las estrellas? ¿Cómo integrar el que empieza con el veterano? ¿Cómo manejar a los más enérgicos?

De nuevo también nos enfrentamos con el Hábito de la Delegación, haciendo de transmisor de las órdenes del Mister, tanto en el campo de juego, como en los entrenamientos. El Hábito de la Visión en Raúl es vital: poder hacer que todos visualicen el resultado que se persigue, de manera convincente y comprometedora para todos.

La Comunicación, y los Resultados de nuevo nos los encontramos aquí. Fundamental el hablar con el Mister y transmitir los escuchado al equipo. Además de escuchar a todos y a cada uno en particular, para de nuevo hablar con el Entrenador, Luxemburgo, y así sin descanso.

4. Ser el mejor físicamente.

Y si los compañeros son galácticos, uno debe aprender a ser también galáctico. Buscar ser el mejor. Para Jack Welch no había otra posibilidad, ser el número uno o el dos.

De nuevo nos encontramos con el Hábito del aprendizaje del primer mandamiento y de los resultados. De hecho en los primeros entrenamientos del Real Madrid, antes del comienzo de la liga, Raúl hizo los mejores tiempos y ganó en diversas carreras a los demás compañeros, que simplemente se dedicaron a descansar en verano, con algún entrenamiento suelto.

Jack Welch, dice que sólo se puede ser el número Uno, o como muchos el Dos, lo demás no entra en contemplación.

5. Estar más cercano con la prensa.

Comunicación con el exterior. Si ellos son galácticos y están valorados como lo están es por tanta gente que les adora, les sigue y vibra con sus partidos. Porqué no hablar con los medios de comunicación que se encuentran entre ellos y el gran público. De esta manera se hace cercano a aquellas personas de las que viven, de una u otra manera.

El Hábito de la comunicación, se ve que es muy complejo. La comunicación vertical, horizontal y lateral y con el exterior es estratégicamente clave.

El esclavista que habla con Russell Crowe en la película oscarizada Gladiator le dice que más importante que ganar siempre es ganarse al público que asiste a los combates. Así lo hace y gana mucho más.

Un Galáctico magnífico, pero que desprecia al público que le da de comer, pues viven de ellos, se hace admirable en su aptitud, pero despreciable en su actitud, al final otro más sencillo es preferido.

6. Ser la referencia para la cantera.

Ser modelo. Dar ejemplo. Es la mejor referencia del liderazgo. Queremos ser como nuestras estrellas, las idealizamos y somos capaces de sacrificios por llegar a donde han llegado. Es una ley natural el querer “imitar al líder”. Raúl lo ha aprendido. Ser arrogante no sirve de nada, sólo para fomentar el odio hacia uno mismo y ser desechado.

Aquí entra un nuevo hábito, el Hábito de la Innovación (también del Aprendizaje, no como auto aprendizaje, sino ser formador de otros) La Innovación, uno sabe que no es imprescindible (que se lo digan a Figo) y nos hacemos viejos, vienen los jóvenes detrás. Ganarse a estos jóvenes y a esta sangre nueva, es labrarse un futuro también en el propio club, a la par que formar como futbolistas a los nuevos. Los cambios vienen inexorablemente, si nos adelantamos a ellos, ganamos. Raúl sale de las fronteras del propio equipo para ir a otros sitios en donde se pueden encontrar futuros integrantes, rompe fronteras y crea oportunidades para ser más competitivos.

7. ...Y además, meter goles.

Pero todo esto no sirve de nada sin resultados. No basta con el buen comportamiento para ser un buen líder, hay que alcanzar resultados, metas y objetivos, ganar partidos, cumplir compromisos, hacer realidad sueños. Si no es así, ¿de qué sirve ser líder? ¿De qué se es líder? Hábito de los resultados y el Real Madrid no se contenta con ser segundo en la liga española, igual que no vale pasar de cuartos en el Mundial de Alemania, hay que llegar a la final y ganarla, tenemos capacidad para eso, sólo hay que creerlo.

Raúl nos da lecciones de fútbol y le seguimos como profesional que es de un deporte que apasiona en Europa y Latinoamérica, pero también, este verano, nos ha enseñado a ser capitán y líder de un equipo difícil, el Real Madrid, difícil por los jugadores que lo integran, llamados “galácticos” y por lo que se espera de ellos. Y estos siete mandamientos son muy buenos para que cada uno de nosotros, como líderes, reflexionemos sobre ellos y nos los apliquemos en alguna medida.

martes, 7 de octubre de 2008

“El dinero ha corrompido aspectos deportivos que antes eran un poco más románticos”

Comparando con otros tiempos, el rey de los deportes, el fútbol, ha cambiado no solo en el ámbito deportivo ni en el estilo de juego, sino también en aquello de querer una camiseta o de querer mantenerse en un equipo, porque cada vez son más raros los jugadores que se mantienen durante toda su vida deportiva en un equipo.

Tenemos ahí el caso de Ronaldo (selección de Brasil), que ha cambiado de camiseta varias veces, todo por dinero.

La mayoría de jugadores no son gobernados por su propia voluntad, todo esto por seguir a sus asesores, que además ganan dinero, y muchas veces son los causantes de que el futbolista entre en desfases económicos.

Incluso muchos jugadores lastimosamente han ido a terminar a la cárcel por tener seudoasesores o empresarios que, más allá de buscar el bienestar del jugador, piensan primero en sus bolsillos y, dejándose llevar por esta causa, involucran al deportista hasta en narcotráfico, como se dio el caso en Brasil el caso de Romario, ex campeón del mundo, que fue acusado de relacionarse con la mafia brasileña.

El dinero como muchas actividades ha corrompido cosas que antes eran un poco más románticas, ha variado demasiado con respecto a 40 años atrás.

El marketing y el fútbol

El marketing también es parte de este negocio. Quizás por ahí esté el lado positivo, donde los equipos ven de algún modo la manera de tratar de ganar más en esta época donde los gastos también han sido cuantiosos.

El ejemplo más claro lo podemos ver en el calcio italiano, donde hubo bastantes equipos en bancarrota.

Casos específicos como Lazio, Florentina, Sampdoria. Incluso los clubes grandes han tenido problemas, como lo fueron en su tiempo Milan, Juventus, Roma, y han tenido que valerse del marketing para poder resurgir de verdaderos baches económicos.

El exceso de gasto por invertir en jugadores valorados en 50 ó 60 millones de dólares, donde dichos valores no han podido ser recuperados por los clubes, ha provocado un interés en contra que sin una buena estrategia de mercado pudo haber llevado a muchos clubes a la quiebra.

Ahora el hecho de tener una estrategia de marketing o estar afiliado a grandes empresas publicitarias no garantiza el bienestar económico.

Tal fue el caso del Parma italiano, que teniendo una gran multinacional de lácteos no pudo sobrellevar una crisis sucedida hace años, que obligó al club a reducir su presupuesto de manera radical, incluso amenazando su permanencia en la primera categoría del fútbol italiano.

“El marketing y debe existir siempre y cuando esté al servicio del deporte”

El historiador y analista deportivo Mauro Velásquez hace referencia a la evolución del fútbol en el aspecto comercial y cómo estas dos ramas, con el pasar de los tiempos, se concatenaron para convertir este deporte en una profesión.

Para ser competitivo, el fútbol tuvo que transformarse en profesional y esa tendencia lleva más de un siglo de antigüedad, de ahí que esta disciplina paulatinamente se convirtió en comercial.

Los ingleses fueron los pioneros en comercializar este deporte, haciéndolo de manera responsable y siempre respetando los intereses del jugador.

Sobre los desembolsos de los clubes, anota que inicialmente, pese a que no eran tan grandes, se requería hacerlos.

Desde que el fútbol era amateur se necesitaba invertir dinero para por lo menos adquirir los implementos que requería su practica.

Es por eso que desde siempre se ha necesitado la parte comercial. Lógicamente, actualmente se ha llegado a un estado de exacerbación del profesionalismo, al punto que hay empresas que han respaldado a clubes arruinados y gracias a estos ingresos han revivido económicamente.

Lo que hay que aspirar es que exista el mayor profesionalismo posible, y cada vez más organizado y cuidado de tal manera que los equipos puedan vivir de lo que producen, y tener otros ingresos adicionales como los provenientes de las ventas de camisetas y accesorios propios de la institución.

Marketing y fútbol, siempre y cuando el fútbol esté por encima del marketing. No está mal que exista el llamado marketing deportivo y todo esto es concerniente a la explotación del mercado del club, pero siempre y cuando el fútbol en sí predomine.

Si vemos como se manejan los equipos de fútbol del primer mundo, hablamos del Real Madrid, Manchester United, Arsenal, entre otros, ellos tienen una gran estrategia de marketing y publicitaria, pero manejándola de manera muy cuidadosa. No se debe dar el fenómeno, que lamentablemente se da en algunos clubes del Ecuador, que los equipos entregan en concesión a determinadas empresas para que se encarguen de la confección y venta de los uniformes, pero dichas empresas ganan más dinero que los mismos clubes.

Estoy de acuerdo con el marketing siempre y cuando este dé los recursos económicos suficientes a los clubes para que vivan. El marketing tiene que existir pero este tiene que estar al servicio del fútbol.

Amor a la camiseta: no creo que haya amor a la camiseta.

El fútbol se ha profesionalizado

Los futbolistas tienen el perfecto derecho a vivir de su profesión, más aún cuando como tal el fútbol tiene una vida tan corta.

No condeno a los futbolistas por querer ganar dinero ejerciendo su profesión. Nadie puede juzgar a los futbolistas de ser malos por no defender por amor los colores de un club.

Esa es una utopía, porque ningún profesional ejercería su carrera si no le pagan por hacerlo.

En cuanto a que los futbolistas ganen megasueldos, no creo que gane bien la mayoría futbolista del país. Talvez para unos cuantos la suerte sea distinta, pero en general el futbolista ecuatoriano promedio no es bien remunerado.

Y no nos vayamos tan lejos: en Colombia, los futbolistas se quejan del salario que perciben, e igual pasa en Perú y Bolivia y en la mayoría de países sudamericanos. Podemos hablar de megasueldos en España en la primera división, y no en todos los equipos, sino en los más grandes.

Cabe resaltar que en Inglaterra es distinto, ya que ahí existe un sindicato de jugadores donde se respetan los derechos del futbolista como cualquier sindicato de otra profesión, pero en nuestro medio a veces pasan meses sin pagarles y en muchos casos los jugadores se paran hasta que les cancelen lo adeudado, lo mismo ocurre en Italia y Alemania.

En este país nadie gana megasueldos

No se puede medir por dos, tres o una docena de jugadores que ganen grandes sueldos a que todos lo futbolistas ganen así.

En el fútbol has desniveles que los marca la categoría de cada jugador. De ahí que unos ganan más y otros menos.

“En el fútbol el amor a la camiseta no existe”

“El fútbol profesional se ha convertido en un medio de vida importante. Los sueldos que perciben ciertos futbolistas son en algunos casos estrepitosos y hasta escandalosos comparados con lo que gana cualquier ciudadano que se haya especializado en su profesión o que incluso ejerza algún cargo político”.

En Mexico el fútbol es un negocio y hay que hacer que se lo respete, para quienes dirigen instituciones deportivas es una tarea bien compleja, que involucra una organización minuciosa y de mucho cuidado no solo en el aspecto económico sino también en el logístico.

El fútbol es un negocio para las empresas que lo patrocinan. Dichas instituciones tienen que financiar el presupuesto junto al club, mediante el cual se complemente el pago de la plantilla de jugadores.

Al país le consta que por medio de la taquilla o por la asistencia a los estadios mas de la mitad de los clubs no podrian pagar las nominas.

Entonces los clubes recurren a buscar patrocinadores que encuentran en las camisetas de los equipos los lugares idóneos para mostrar su marca.

Se trata de fútbol profesional que para efectos de su naturaleza es un negocio que por sus resultantes es la joya de las televisoras, donde no importando los resultados de las jornadas logran vender "N" cantidad de articulos por un espectaculo de bajo a mediocre en mas de una plaza en el pais solo dejnado dos a tres partidos por jornada donde se levanta el Raiting.

Vivimos una economía de mercado, donde la curva en que se encuentra la oferta y la demanda es la que determina el precio.

Desgraciadamente cuando la demanda supera la oferta es consecuente que los salarios de los jugadores de nivel suban y encontramos en nuestro medio a futbolistas con “latisueldos”.

Amor a la camiseta

Eso ya pertenece a la historia. En la actualidad el amor a la camiseta ya no existe. Tampoco se puede cometer la herejía de decir que no hay excepciones, porque las hay, pero en general esta bella particularidad del futbolista ya prácticamente ha desaparecido.

En décadas pasadas, la camiseta sí tenia un significado preponderante y determinante.

Vengo viendo fútbol desde el año 1987, y en esa época los grandes jugadores de fútbol, como Borja, Marin, Calderon, no ganaban más de 2.800 pesos mexicanos. (En la actualidad sería $ 930,novecientos dolares con treinta por mes aproximadamente).

Mientras que ahora en nuestro país podemos encontrar fácilmente jugadores con salarios que superan los $9.000 dólares semanales.

El dinero puede más que el sentimiento.

Cuando la adrenalina llega al máximo y miles de ojos corren tras un balón, el corazón se acelera, las manos sudan, la respiración se agita y la garganta extrae del alma aquella voz que la garganta extravió vivando al equipo con pasión que se desborda...

En los graderíos, el jugador número doce protagoniza quizá el partido más importante. Aquel que no sabe de primas ni de marketing. Ese que concluye con una copa, gane o pierda el equipo.

Ese aficionado, que sin saberlo ha empujado el movimiento de millones de dólares no solo en el Ecuador sino en el mundo, solo sabe de amor a la camiseta... el cual solo se sintoniza con el dinero, cuando preciados retazos de sus ingresos alimentan la boletería de un escenario deportivo a cambio del pase que le permitirá apoyar a su equipo.

Lo dijo ya en su momento Roberto Fontanarrosa, escritor humorístico: "El amor del hincha es lo único amateur que queda en el fútbol, ahora centro de una comercialización absoluta".

La sentencia de Fontanarrosa describe a plenitud el fenómeno que enfrenta el deporte, especialmente aquel llamado de multitudes. Y es esa pasión por al equipo la que se convirtió en semilla del desenfreno comercial de empresarios y marcas publicitarias, que ven en este deporte una mina de oro y el mejor enganche entre el cliente y su producto. En Ecuador, sin embargo, a decir de algunos entendidos, los clubes son los que menos ventajas obtienen.

El multimillonario negocio de la pelota ha crecido exponencialmente de la mano de los progresos tecnológicos de las últimas dos décadas. Las mejoras en la transmisión vía satélite y la creación de canales deportivos de cable han expandido enormemente las audiencias. Por ejemplo, según datos de la FIFA, el Mundial Corea-Japón 2002 triplicó en televidentes al de México 1986. El boom televisivo abrió un amplio abanico de oportunidades, entre ellas las regalías por derechos de transmisión.

Quedaron muy lejos aquellos días en los que el fútbol era considerado casi exclusivamente como un deporte, con un enorme seguimiento y trascendencia social, característica que precisamente abrió los ojos a los empresarios y lo convirtió en generador de un gran volumen de negocios.

Solo para tener una idea de lo que esto significa económicamente nos remitimos a un estudio de Deloitte, que señala que nueve de los clubes más fuertes de Europa (entre ellos Manchester United, Real Madrid, Barcelona y Milan) sumaron ingresos por unos 842 millones de euros (105 millones de dólares) para la temporada 2003-2004.

A inicios de los años 90, los clubes europeos, encabezados por el Manchester United, se percataron de que el fútbol como práctica iba más allá de solo ganar títulos, y empezaron a comportarse como verdaderas marcas publicitarias. Ya no solo compiten en la cancha sino también en ventas.

En Ecuador esta tendencia fue acogida poco a poco por los denominados equipos tradicionales (Barcelona, Emelec y Liga), que desde los años 90 comenzaron a pagar salarios exuberantes para la época a ciertos jugadores.

Quienes vivieron la época romántica del fútbol y experimentan la actual coinciden en un pensamiento: "Han quedado para las páginas del recuerdo esos juegos de antaño donde prevalecía el amor a la camiseta o a la institución; aquellos en los que valía más el sudor que se dejaba en el campo de juego por defender los colores del equipo que el salario"...

Los entendidos en la materia, como el dirigente deportivo Galo Roggiero, Patricio Cornejo y Mauro Velásquez, analizan el fenómeno y concuerdan en que la profesionalización del fútbol trajo consigo el negocio del marketing. Lo ven con buenos ojos, pero siempre y cuando esto se revierta en beneficios para los clubes.

Patricio Cornejo dice que el fútbol para poder ser competitivo tuvo que transformarse en profesional.

Sin embargo, él apunta algunas objeciones a esta loca comercialización del fútbol. Entre ellas señala que "la mayoría de jugadores no se gobiernan a sí mismos, sino que responden a la voluntad de sus asesores, quienes en su afán de ganar dinero, muchas veces causan desfases económicos en los futbolistas".

Para el comentarista deportivo Mauro Velásquez, en el fútbol siempre se ha necesitado invertir, y por ello se ha necesitado la parte comercial, que ahora ha llegado a un estado de exacerbación, al punto que hay empresas que han respaldado a clubes que han estado arruinados y gracias a estos ingresos han podido revivir económicamente.

"Marketing y fútbol sí, pero siempre y cuando el fútbol esté por encima de todo. No está mal que exista el marketing deportivo y la explotación del mercado del club, siempre y cuando el fútbol en sí predomine", concluyó Velásquez.

sábado, 4 de octubre de 2008

El fútbol como arte

Obvia decirlo. Ni Aristóteles ni Platón ni Sócrates —ni ningún clásico griego— habla del fútbol. Aquí nos separamos, pues, un poco de ellos.

Aristóteles tenía la profunda convicción de que el ser y la verdad pueden ser buscados y alcanzados desde caminos muy distintos. Por esto mi colega y yo, nos hemos enfrascado en tratar de alcanzar una nueva verdad: el fútbol es un arte.

Podemos decir en general, que el hombre en la antigüedad cuando tenía satisfechas sus necesidades primarias, tenía tiempo libre, tiempo que utilizaba para filosofar, y ejemplo vivo de ello es Aristóteles, que tenía miles de esclavos (recibidos de su discípulo Alejandro Magno) y que, por tanto, no necesitaba preocuparse por saber qué comería, sino por él tó on y la proté philosophia. Actualmente, existen personas con tiempo libre: unos lo siguen utilizando para filosofar, otros para jugar fútbol y, otro más, para hablar de él.

Me parece que en nuestro caso, no perdemos el tiempo, pues lo que hacemos es hacer filosofía del fútbol, y el mismo Aristóteles justifica lo que estamos haciendo, porque, en general, para el estagirita el filosofar consiste en una reflexión sobre la operación por la cuál las cosas llegan a ser. Y dentro de las cosas que llegan a ser unas lo son por naturaleza, y otras por arte, y aquí es donde colocamos al fútbol.

Ahora bien, hay que decir que nosotros estamos entendiendo arte en el sentido griego, como texne, como un saber hacer, no un mero hacer sino un saber hacer bien. Y la texne se nos presenta como una actividad profundamente humana, puesto que involucra todas las potencialidades de cada hombre, y como la tecxne procede de la radicalidad del ser humano, necesariamente se ha de manifestar corpóreamente, y en algo concreto y particular, es decir originando un nuevo ente.

En el fútbol nos damos cuenta de que esto ocurre del mismo modo, pues quien produce este nuevo ergon: el fútbol, es el hombre, y lo manifiesta corpóreamente, desde el remate del delantero hasta el lance del portero, y en algo concreto y particular, el balón de fútbol.

Y dado el carácter de la razón poiética, podemos decir que el fútbol es inagotable e infinito en cuanto al modo de producirse, por ello podemos ver un juego espectacular como el brasileño, o un juego estratégico como el catenatio italiano, o un juego rústico y precario, aunque lleno de sabor e ilusiones, como el mexicano.

Y como en cada actividad humana lo imperante es la causa final. El fin que persigue el ser humano al jugar fútbol no es simplemente anotar goles. Nos parece que, dado el planteamiento aristotélico de que la forma vital es el principio último de los seres vivientes, (por ella vivimos, sentimos y razonamos) ella es el fin de nuestras operaciones, pero es un fin que no se expresa de manera inmediata como posesión o término porque no somos seres acabados.
De este modo, el alma es fin, pero se manifiesta como actividad de aquello que nos conduce al propio perfeccionamiento, y como el fin de todo ser vivo es la actividad; el fin en la vida de los seres naturales es el mismo ejercicio de aquello que los especifica; y dado que el fin es lo que unifica cada uno de los movimientos y operaciones, el fin de la vida consistirá en determinar la actividad y mantenerse en ella, y si lo especifico del ser humano es la racionalidad, entonces el fin ultimo de cada una de las operaciones y movimientos que a este competen será manifestar la vida por la racionalidad.

El fútbol como artificio es algo exclusivo y propio del ser humano y, por ende, resultado de la libertad, y en tanto que es libre, perfecciona el hacer humano. Por tal razón el fin del fútbol, y del arte en general, no puede reducirse a ser un mensaje, un placer o una mercancía (aunque de hecho este se esté dando), sino en algo extrínseco a la actividad: manifestar el ser. En este sentido el arte, y por tanto el fútbol, pues lo consideramos así, adquiere un estatuto metafísico.

Después de dar un argumento más a favor de que se puede hacer filosofía del fútbol, y bajo que perspectiva, pasaremos a analizar por qué podemos llamar al fútbol un arte. El fútbol puede ser considerado un arte, en el sentido griego, puesto que no se trata de patear un balón y anotar goles solamente, sino de patear una pelota bien, pues no es lo mismo hacer un despeje de meta que cobrar un tiro penal, pues si uno quisiera patear el balón como si se hiciera un despeje de meta al cobrar un tiro penal, seguramente éste se fallaría (me vienen a la memoria los tiros penales del mundial de USA '94).

Sin embargo, el fútbol no puede reducirse a la técnica que se tiene para golpear un balón, el fútbol va más allá, y me refiero en concreto al estilo de juego que manejan los equipos. Se menciona que hay equipos que juegan espectacularmente, otros que juegan practico, otros que juegan al contragolpe, etc. Pero, no nos detendremos en discutir que tipo de juego es mejor o cual es peor, pues sólo podemos decir que si ese estilo de juego permite manifestar la vida racionalmente, entonces es un arte, pues no hay que olvidar que el fútbol no puede consistir en un mero placer, y por tanto, estar en desacuerdo con estilo de juego porque no nos gusta es una posición valida, pues esta es una opini6n, y por ello subjetiva.

La doctora Virginia Aspe Armella en su libro El concepto de técnica, arte y producción en la filosofía de Aristóteles, menciona que el estagirita tienen un pasaje donde dice que la cocina es la primera de las artes, y el estagirita dice esto argumentando que, conforme se satisfacen las necesidades primarias y poco a poco se va estableciendo una abstracción sobre el alimento, la cocina se vuelve una manifestaci6n estética: apariencia, sabor y artificio. Ahora que, si esto lo trasladamos al fútbol, podemos notar que puede hacerse una nalogía, con la salvedad de que no sabríamos si es la segunda, o la última de las artes.

La analogía puede hacerse en el sentido de que así como se van satisfaciendo las necesidades primarias en el fútbol, que serían aprehender a patear el balón, el trabajo en conjunto, conocer las reglas, etc., puede empezarse una abstracción del juego mismo, hasta convertirlo en una manifestación estética, como es el control del partido, el modo de defender y de atacar, el modo en que se tiene que marcar...

Pero creemos que dentro del mismo juego se muestra artes particulares, y estos se manifiestan en cada una de las jugadas que realizan los jugadores, en particular las jugadas en que el cuerpo adopta posiciones que sólo algunos pueden realizar y que resultan novedosas, como la conocida "chilena", la "palomita", el "túnel", y los distintos lances que tiene un portero. Éstos movimientos no son sino la manifestaci6n de la vida, y que en tanto ejercicio de la libertad humana, manifiestan a su vez, la racionalidad humana, pues no los hacen por instinto, sino porque lo han pensado así.