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martes, 20 de julio de 2010

El derrumbe de Cuauhtémoc


No tiene caso ocultar la realidad. Aunque la tentación de seguir encontrando objetivos mayores para justificar las acciones del máximo ídolo del futbol mexicano en los últimos años resulte tentadora, carecería de lógica defender las decisiones tomadas por Cuauhtémoc Blanco a últimas fechas. Nada, ni siquiera absurdos como su “flamante” llegada al Irapuato, tiene la facultad de borrar aquellos recuerdos en que aparecía con su figura encorvada para iluminar un camino oscuro para la Selección Mexicana; nada tiene la fuerza suficiente para que el americanismo olvide que él significo la lucha y la esencia del equipo como ningún otro a lo largo de las últimas dos décadas, pero también es cierto que no hay un solo punto de vista bien fundamentado para validar el descaro profesional en que ha caído el otrora emplumado a la hora de enfundarse la camiseta de los Tiburones Ro… perdón, hasta el propio Blanco se equivocó, de los Freseros del Irapuato.
Blanco ha demostrado que le gusta mucho el dinero y el futbol. Lo primero a cualquiera seduce, sobre todo cuando se sabe que tu presencia en cualquier sitio enciende pasiones y provoca un impacto mediático envidiable para cualquier otro deportista nacional. Lo segundo, al menos para Cuauhtémoc, emerge como su profesión, pero vista desde un punto de vista que empieza a relacionarse en gran medida con el sentir de un amateur. Al “Temo”, según lo que él mismo está transmitiendo, le apetece jugar sin condición alguna. Desechó la oferta económica de Chicago Fire con tal de ganar un poco menos a cambio de su libertad como individuo, de olvidarse de entrenamientos para concentrarse en un estilo de vida que dista mucho del de un deportista de alto rendimiento. La mente de Blanco concibe la Liga de Ascenso como la cáscara en la que todos participamos ocasionalmente. Para él, un partido en la división de ascenso equivale al partido semanal que solemos llevar a cabo los amantes del balompié.
Culparlo por divertirse en la cancha sería ir en contra de su esencia. Sin embargo, sí que se vale condenarlo por seguir manejándose como profesional cuando ha dejado de serlo. La alborotada cabeza de Cuauhtémoc en el presente destina más tiempo a pensar lo simpático que será compartir créditos con Carmen Salinas, uno de los personajes televisivos que mayor repulsión me genera, que a luchar palmo a palmo con sus compañeros para acceder a la Primera División. El balompié es su hobby, la televisión su nuevo interés, ya sea ridiculizándose a través de una catafixia cuyo resultado todos conocíamos o queriendo imitar el acento “fresa” al momento de enfundarse en la camiseta de los Freseros.
Como una persona que pudo vivir las más grandes victorias de Blanco en la cancha, he de reconocer que duele observar al ídolo venido a menos, al terco que no se quiere retirar, pero que en realidad ya lo está haciendo al ser más bufón que futbolista. Al más puro estilo de Julio César Chávez, aunque este último por mera intención económica, el “Temo” está cayendo como uno de los deportistas que no entienden cómo irse y que exhiben su ignorancia fuera del deporte a partir de una terca postura de pretender omitir los efectos del paso del tiempo.
Los que lo contratan también tienen un alto grado de culpa. Cuando un directivo permite que un jugador participe en una telenovela, grabe un programa semanal y viaje cada que se le antoje, está mandando un mensaje muy claro: lo deportivo importa un carajo. Poco puede exigir al resto de futbolistas a partir de ahora…

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