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sábado, 4 de octubre de 2008

"Todo lo que he aprendido de moral, lo he aprendido en un campo de fútbol"

Introducción

Somos los últimos y no somos serios. Dejemos los academicismos y recordemos que esto es sólo un esbozo. Vamos a hablar aquí de filosofía y de fútbol. Vamos, en concreto, a analizar si cabe considerar al fútbol desde el punto de vista filosófico. En un primer momento veremos si esto es posible. Después, ahondaremos un poco en qué tipo de conocimiento cabe hacerse sobre el fútbol. Y de esto examinaremos dos cosas: 1) Si cabe considerar al fútbol como ciencia (esto es, como filosofía segunda) y 2) si cabe considerar al fútbol como arte. Descartamos de antemano la consideración del fútbol como un conocimiento sensible —cosa que parece que no es— y como un conocimiento de los principios últimos de la realidad en sentido propio.
Quizá hayan escuchado algunos la definición "manualística" de filosofía: cognitio rerum omnium per alttisimas causas sola rationes luminem comparata. Basándonos en esta definición, podemos afirmar que, si en efecto la filosofía busca -pretende, es una modesta palabra que suele usarse- conocer todas las casas, y el fútbol es una cosa, entonces la filosofía pretende también conocer el fútbol.
Si que ha sido usual, en la historia de la filosofía, reducir el ámbito, el conjunto de objetos susceptibles de una consideraci6n filosófica. Para algunos, la filosofía no ha sido más que un montón de palabras vanas, sin sentido. Sólo la ciencia puede hablar sobre la realidad.
Quizá algunos, después, se dieron cuenta de que sin una teoría filosófica de la ciencia, la misma ciencia no tendría sentido. Por lo demás, si sólo la ciencia puede hablar sobre la realidad, y el fútbol resultara no ser una ciencia, del fútbol no podrían hablar sino los comentaristas. El conocimiento que tenemos en México del fútbol estaría limitado, en la práctica, a las sabias y aladas palabras de José Ramón Fernández y Enrique Bermúdez (y algunos pocos más).
Pues mi colega y yo estamos en franco desacuerdo: en verdad nos parece que si puede llegarse a una consideración más profunda.
Haciendo un examen bastante superficial, podemos advertir alga de la complejidad del asunto:

(1) Primero, en el fútbol no hay media, no hay punto medio. Al fútbol se le ama o se le odia. Quien dice que es indiferente, a nuestro juicio, es porque no lo conoce bien. En nuestra misma facultad, sin ir más lejos, tenemos ejemplos de ambas actitudes en algunos profesores.

(2) Segundo, el fútbol es un lugar común de la amistad. ¡Cuántas amistades no han surgido entrelazadas a él, como las enredaderas al árbol (el fútbol es el árbol que cobija buena sombra a quien se le arrima)! En él se comparten alegrías, que robustecen la amistad; tristezas y derrotas, que la ponen a prueba y la refuerzan; alcohol, que desinhibe las lenguas y las mentes...

(3) Y en tercer lugar —también en una consideración jerárquica— el fútbol es un punto clave en la economía mundial. Las transferencias de jugadores, las marcas, la publicidad... los grandes fútbolistas se cuentan entre los hombres mejor pagados del mundo.
Estos tres puntos son solo una muestra pequeña, si bien significativa, de la relevancia del fútbol. Se ve que, si alguien conoce bien al fútbol, no puede ser tan indiferente a él.

Se ha afirmado que ordenar es tarea propia del sabio. Nos atrevemos a extender esta afirmación: ordenar es tarea propia del aspirante a sabio, del amante de la sabiduría. Y ordenar implica dar a cada cosa el lugar que le corresponde. Nosotros partimos de una intuición, que hemos tratado de transmitirles, a saber, que al fútbol si que le corresponde un lugar en el ámbito del saber filosófico. Qué clase de saber sea ese y, por ende, cuál sea el lugar propio del fútbol es lo que procuramos investigar.

Ante todo, conviene decir que no todo saber es de la misma clase. Existe el saber propio de la opinión, el de los ancianos (al que aludimos en eso de «más sabe el diablo por viejo...»), el de los científicos, el de los artistas... En la Apología de Socrates, el Acusado, hijo de Sofronisco, nos relata una búsqueda de una sabiduría que él ha indagado, y cuál sea ella. Se lee en el trazo de la magistral pluma de Aristocles, en 20d: «...yo no he adquirido renombre por otra razón que por cierta sabiduría. ¿Qué sabiduría es esa? La que, tal vez, es propia del hombre; pues en realidad es probable que yo sea sabio respecto a esta.» Después, Sócrates hablará de la sabiduría que el hombre puede alcanzar, de la docta ignorancia... Vamos a revisar ahora esa búsqueda que Sócrates realiza, la búsqueda del filósofo. Sócrates en realidad quería refutar al oráculo; su intención es decirle (21c): «Este es más sabio que yo y tú decías que lo era yo.» Pero a nosotros no nos interesa ahora el fin de la búsqueda de Sócrates, sino la búsqueda misma.

¿En qué interesa la búsqueda? Si viene a cuento ahora, es porque en ella Sócrates nos muestra que no toda sabiduría es del mismo tipo. Vale decir, hay distintas clases de conocimientos, de gnosis. Sócrates distingue primero el conocimiento de los políticos —que es a quienes primero se dirige—; en rigor, de este político y muchos otros dice Sócrates que creía el mismo [que era sabio], pero que no lo era.

Después de hablarnos de que un arte es el de la política, y parece ser ésta el arte de gobemar —que, por cierto, para Platón parece ser una actividad eminentemente del filosofo—, Platón nos habla de otro tipo de conocimiento. Dejémoslo hablar (dice en 22b): «Tras los políticos me encamine a los poetas, los de tragedias, los de ditirambos y los demás, en la idea de que allí me encontraría manifiestamente mas ignorante que aquellos.» (Después, sin embargo, dirá Platón que «los poetas... no hacían por sabiduría lo que hacían, sino por ciertos dotes naturales y en estado de inspiración como los adivinos y los que recitan en los oráculos.» En el Ion, Platón reafirmará y abundará más en esta idea; pero nosotros no la compartimos, y sostenemos que la texne, la poiesis sí es un tipo de conocimiento.)
De un último tipo de saber, de conocimiento, nos habla Sócrates. Y éste es el saber obrar.
Dice Sócrates en 22c-d: «En último lugar, me encamine hacia los artesanos. Era consciente de que yo, por así decirlo, no sabía nada, en cambio estaba seguro de que encontraría a éstos con muchos y bellos conocimientos.» A juicio nuestro, tanto el saber de los poetas como el de los artesanos es un saber artístico, tejneico si se quiere. Hablaremos mas de esto poco más adelante.

Y si seguimos exprimiendo la Apología de Sócrates, esa obra maestra de la literatura, quizá podamos entresacar de las líneas algo de la sabiduría propia del filósofo. Quizá podamos descubrir, o al menos atisbar, cuál es la sabiduría propia del filosofo, que Sócrates parece personificar. Dejamos que hable una de las grandes cabezas de la historia de la filosofía, Platón: «Y parece que éste [el dios de Delfos] habla de Sócrates —se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera: “Es el más sabio el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría”.» Parece que puede otearse, barruntarse, alga del saber propio del filósofo. Pero hasta aquí Platón.

Aristóteles, en el primero de los libros de su proté philosophía, ahonda un poco más en estos mares. En Metafisica I, 1, habla del conocimiento sensible, la aisthesis: del conocimiento por experiencia, la empeiria; del conocimiento del artista, texné; de la ciencia, epistéme; y la sofía.

¿Qué clase de conocimiento es el fútbol? ¿Es un conocimiento sensible? No parece serlo. ¿Es un conocimiento de experiencia? Sin duda la implica, como la implican el arte, la ciencia y la sabiduría. Porque «la ciencia y el arte llegan a los hombres a través de la experiencia. Pues la experiencia hizo el arte, como dijo Polo, y la inexperiencia el azar.» Esto se lee en la Metafisica I, 1. Pero el fútbol no parece ser un conocimiento meramente de experiencia, un conocimiento meramente empeirético.

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