Cuando la adrenalina llega al máximo y miles de ojos corren tras un balón, el corazón se acelera, las manos sudan, la respiración se agita y la garganta extrae del alma aquella voz que la garganta extravió vivando al equipo con pasión que se desborda...
En los graderíos, el jugador número doce protagoniza quizá el partido más importante. Aquel que no sabe de primas ni de marketing. Ese que concluye con una copa, gane o pierda el equipo.
Ese aficionado, que sin saberlo ha empujado el movimiento de millones de dólares no solo en el Ecuador sino en el mundo, solo sabe de amor a la camiseta... el cual solo se sintoniza con el dinero, cuando preciados retazos de sus ingresos alimentan la boletería de un escenario deportivo a cambio del pase que le permitirá apoyar a su equipo.
Lo dijo ya en su momento Roberto Fontanarrosa, escritor humorístico: "El amor del hincha es lo único amateur que queda en el fútbol, ahora centro de una comercialización absoluta".
La sentencia de Fontanarrosa describe a plenitud el fenómeno que enfrenta el deporte, especialmente aquel llamado de multitudes. Y es esa pasión por al equipo la que se convirtió en semilla del desenfreno comercial de empresarios y marcas publicitarias, que ven en este deporte una mina de oro y el mejor enganche entre el cliente y su producto. En Ecuador, sin embargo, a decir de algunos entendidos, los clubes son los que menos ventajas obtienen.
El multimillonario negocio de la pelota ha crecido exponencialmente de la mano de los progresos tecnológicos de las últimas dos décadas. Las mejoras en la transmisión vía satélite y la creación de canales deportivos de cable han expandido enormemente las audiencias. Por ejemplo, según datos de la FIFA, el Mundial Corea-Japón 2002 triplicó en televidentes al de México 1986. El boom televisivo abrió un amplio abanico de oportunidades, entre ellas las regalías por derechos de transmisión.
Quedaron muy lejos aquellos días en los que el fútbol era considerado casi exclusivamente como un deporte, con un enorme seguimiento y trascendencia social, característica que precisamente abrió los ojos a los empresarios y lo convirtió en generador de un gran volumen de negocios.
Solo para tener una idea de lo que esto significa económicamente nos remitimos a un estudio de Deloitte, que señala que nueve de los clubes más fuertes de Europa (entre ellos Manchester United, Real Madrid, Barcelona y Milan) sumaron ingresos por unos 842 millones de euros (105 millones de dólares) para la temporada 2003-2004.
A inicios de los años 90, los clubes europeos, encabezados por el Manchester United, se percataron de que el fútbol como práctica iba más allá de solo ganar títulos, y empezaron a comportarse como verdaderas marcas publicitarias. Ya no solo compiten en la cancha sino también en ventas.
En Ecuador esta tendencia fue acogida poco a poco por los denominados equipos tradicionales (Barcelona, Emelec y Liga), que desde los años 90 comenzaron a pagar salarios exuberantes para la época a ciertos jugadores.
Quienes vivieron la época romántica del fútbol y experimentan la actual coinciden en un pensamiento: "Han quedado para las páginas del recuerdo esos juegos de antaño donde prevalecía el amor a la camiseta o a la institución; aquellos en los que valía más el sudor que se dejaba en el campo de juego por defender los colores del equipo que el salario"...
Los entendidos en la materia, como el dirigente deportivo Galo Roggiero, Patricio Cornejo y Mauro Velásquez, analizan el fenómeno y concuerdan en que la profesionalización del fútbol trajo consigo el negocio del marketing. Lo ven con buenos ojos, pero siempre y cuando esto se revierta en beneficios para los clubes.
Patricio Cornejo dice que el fútbol para poder ser competitivo tuvo que transformarse en profesional.
Sin embargo, él apunta algunas objeciones a esta loca comercialización del fútbol. Entre ellas señala que "la mayoría de jugadores no se gobiernan a sí mismos, sino que responden a la voluntad de sus asesores, quienes en su afán de ganar dinero, muchas veces causan desfases económicos en los futbolistas".
Para el comentarista deportivo Mauro Velásquez, en el fútbol siempre se ha necesitado invertir, y por ello se ha necesitado la parte comercial, que ahora ha llegado a un estado de exacerbación, al punto que hay empresas que han respaldado a clubes que han estado arruinados y gracias a estos ingresos han podido revivir económicamente.
"Marketing y fútbol sí, pero siempre y cuando el fútbol esté por encima de todo. No está mal que exista el marketing deportivo y la explotación del mercado del club, siempre y cuando el fútbol en sí predomine", concluyó Velásquez.
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