Las murallas caen de a poco. El futbol mexicano ha comenzado a meter el acelerador en cuanto a la consecución de logros. Si en un principio tardamos años en conseguir una victoria en una Copa del Mundo, hoy las metas pendientes tienden a cumplirse con mayor celeridad, aunque siempre nos sintamos estancados gracias a esa obsesión llamada quinto partido.
En la era contemporánea, el balompié nacional pasó de rogar por disputar compromisos internacionales a tener que dividirse para cumplir con las competencias de la región que le corresponde y de la CONMEBOL. De ser auténticos intrusos en las justas continentales, nuestros representantes se convirtieron en asiduos protagonistas, en invitados incómodos para las más históricas escuadras de América.
A unas horas de que Chivas dispute la final de la Copa Libertadores, recuerdo cuando visitar tierras brasileñas en una primera ronda era motivo de pánico. Si se perdía por un gol, se consideraba que nuestros equipos habían tenido una buena actuación. Al concebir el panorama actual, es justo reconocer que el crecimiento se ha dado, a un paso muy lento, pero con una consistencia que indica nuevos horizontes para el futbol mexicano.
La Selección Sub 17 que resultó monarca en Perú 2005 y el Pachuca con la consecución de la Sudamericana son las dos muestras irrefutables de que hoy se es más que ayer. A nivel individual, pasamos de añorar las piruetas de Hugo Sánchez a tener que dividirnos para saber cuántos minutos disputó Juárez en Escocia, cuántos tantos marcó el “Chicharito” en Inglaterra y cuál es la situación de Jonathan con el Barcelona… sólo por mencionar algunos casos.
Me pongo optimista porque considero que las Chivas tienen la calidad suficiente para llevarse el título en la máxima justa continental a nivel de clubes. Entre más rápido se alcance la primera vez, el primer título, más pronto estaremos en condiciones de celebrar los más esperados logros.
Nuestro fútbol tiene que aprender a ganar cuando se le presenta la ocasión. El balón da muchas oportunidades, pero entre más se desperdician, más pesada se vuelve la carga mental de la derrota. El Rebaño, en esta joven historia de la Libertadores, tiene ante sí la invaluable ocasión de abrir una puerta que aún está delgada, con sólo un derrotado en el pasado. Si triunfa, será sinónimo de que estamos aprendiendo a ganar los partidos que realmente valen la pena.
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