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miércoles, 20 de agosto de 2008

Historia de la pasion.

En la facilidad de un capaz de ser practicado con una referencia de postes de portería y una pelota; los niños son ellos los que juegan con un balón que solo se parece a un balón, y chocan o se equivocan, se ríen o enfadan, y de todo les sirve para ir ajustando el delicado sistema infantil de comunicación. El futbol les otorga el derecho a todos; egoístas y generosos, valientes y cobardes, exhibicionistas, listos, groseros, violentos o melancólicos. También gordos y flacos no faltaría más. El niño compara y sin saberlo comienza a entenderse a sí mismo. Más aun: hay una estética de juego transmitida por veteranos; unos compañeros que le dan sentido de la palabra ; unos amigos enemigos reglamentarios que civilizan, pero también complacen, al salvaje que todavía son, y hasta hoy poco un poco de injusticia para que se vayan acostumbrando. No hablo de una aula con ardua matemática, si no de una cancha precaria inventada en cualquier parte, con rayas imaginarias y arcos a ras de suelo construidos con camisas acaloradas. Salta el balón y se enzarzan dos ejércitos menudos a quienes nadie dice nada, pero no es ingenua la tarea, puesto a que están aprendiendo a vivir. Las nuevas planificaciones de vivienda comen cada día mas los sueños, con los edificios que no permiten el juego o dominar un balón, sin romper la maseta del vecino, sin molestar al del piso de abajo o finalmente con menores campos para el juego y la selva del asfalto con conductores llenos de estrés y sin precaución, por unos niños que solo tocan un balón.

Antes, la cancha era la única estación no obligatoria de un itinerario vital que completaba la casa con la escuela.

Pero ese mundo nos quedaba pequeño, por lo que un buen día se le pinto un número a la camiseta un balón debajo del brazo y nos fuimos todos juntos a conquistar el barrio que estaba al otro lado de la vida. Nada menos. Es la edad de los proyectos: queremos tener moto, barba y novia. En realidad, solo tenemos bicicleta y hacemos el ruido de la moto con un frutsi atorado en el manubrio de la bicicleta, lo demás tiene peor solución.

Encima los del otro barrio nos ganan por seis a cero y nos desalojan a puñetazos, mientras tanto nos hablan de los sueños de unidad americana; buena idea si no fuera por los del otro lado de la vía. Sin embargo insistimos, y aunque ganar no ganamos poco a poco vamos conociendo a nuestros enemigos; llegamos a confiar en ellos; incluso pensamos en aliarnos.

Crecemos y los mejores de los dos del barrio nos ponemos la camiseta del pueblo y con los mismos sueños que de niños nos vamos a competir contra los pueblos vecinos.

Como hay gente que mira, el futbol asciende a espectáculo, pero el juego conserva la condición de arte y conflicto.

Los que salimos al juego o a escena abrimos el partido para que el público vea lo que hay dentro: a veces hay fiesta otras batalla; en ocasiones vuelan botellas.

Los que miran se involucran, juegan por delegación y con una obstinación que los hombres no ponemos en situaciones importantes. Quizá por que la pasión hace bajar la guardia educativa; quizá por lo adulto, lo serio y civilizado tiene que ver con lo venidero o próximo a un tiempo lejano, el futbol nos da el tiempo de manotear, gritar o por que se activa nuestro atávico espíritu combativo o por que la autoridad se deja insultar ¡Qué sé yo¡ .

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