Es secundario, pero notorio. Aficionados de anteriores generaciones, entre las cuales me incluyo, asociábamos al Puebla con Volkswagen más que a cualquier otro patrocinador con determinado equipo. Se trataba de una tradición, de un apoyo casi obligado y de una presencia incondicional, orgullosa en las buenas y humilde pero leal en las malas.
El Puebla de hoy, el de Henaine, ha perdido mucho, casi todo: el carisma de Chelís, las peculiares formas de Bernat y ese sello alemán que le daba al uniforme una trascendencia que no siempre se ratificaba sobre la cancha.
Este Puebla sabe a poco, no por la ausencia de una marca, pero sí porque parece no tener mucho que contar a sus aficionados.
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