Mostrar una actitud pesimista y pronosticar lo peor para nuestra causa se ha convertido en toda una costumbre social. En los meses y días previos al inicio de la máxima justa balompédica del orbe, sobran los que levantan la mano con incomprensible presunción y orgullo para jurar que la Selección no pasará ni de la primera ronda y que en Sudáfrica se producirá uno más de los estrepitosos fracasos de nuestro balompié. Enfermizo resulta que augurar la tragedia propia suela emerger como un grato escenario.
El medio futbolístico nacional, para aterrizar el punto en el factor deportivo, se maneja bajo un extremismo que afecta la búsqueda de objetividad y construye o castillos de arena, para los porristas de Chapultepec 18, o bombas atómicas, para los que todo está mal, que promueven la desazón y el presagio de estar a las puertas de una nueva pesadilla. Al Tri o se le vende como Campeón, aunque quienes lo digan sepan que ello difícilmente ocurrirá, o como un equipo que irá a hacer el ridículo a la Copa del Mundo.
Inmersos en la necesidad de vender, ya sea por la vía de la rudeza innecesaria o por la de la mentira piadosa, olvidamos con frecuencia que, en términos fríos, la oncena tricolor no ha hecho el ridículo, como algunos afirman, en ninguna de las cinco últimas ediciones en las que ha participado. Si bien no ha logrado entrar a la lista de los ocho mejores, sí se ha podido consolidar como una oncena que habitualmente se ubica entre los mejores dieciséis, alcanzando así un registro que resulta envidiable para muchas representaciones que aspiran a progresar. El miedo a ganar empieza por el aficionado en general. Si estuviéramos por enfrentar a Uruguay en una Copa América, con todo y un Diego Forlán inspirado y con otros elementos destacando en el Viejo Continente, pensaríamos que los nuestros son favoritos. Así lo demuestran los antecedentes y los resultados de uno y otro futbol a lo largo de los últimos años. Al tratarse de una Copa del Mundo, nos achicamos, pensamos que todos son mejores que nosotros y otorgamos una grandeza monumental a los rivales.
A Sudáfrica se le teme por ser local. Al no encontrar un argumento futbolístico de peso, nos ponemos a pensar en el arbitraje y pensamos que nos van a robar el partido. Reconocemos que Francia no atraviesa su mejor momento, pero imaginamos, al menos así lo he escuchado, a los defensores mexicanos marcando a Henry y hasta escalofríos nos dan. De los charrúas, como si no los conociéramos, se nos olvida todo y nos concentramos en que Forlán “está ca…” y que si llegamos a jugarnos la vida en el tercer partido, seguro estamos fuera.
No se trata de menospreciar, pero tampoco de magnificar. La tendencia del futbol mexicano indica que al menos estará en la segunda fase. En cualquier momento puede haber un error que nos lleve a la baja o un acierto que nos lleve a la alza, pero el parámetro actual apunta a que Francia y México se clasificarán a los octavos de final.
Lo más simpático de todo es que incluso para los escenarios positivos acostumbramos tejer historias. Si por ahí México hace una muy buena Copa del Mundo, no faltarán los que digan que el gobierno metió presión para que el Tri avanzara para así distraer la atención; que una vez llegando a determinada instancia, Aguirre se relajó y echó a perder todo; que un misterioso empresario se acercó para negociar el partido. Sí… a veces hasta para lo bueno construimos historias oscuras.
Los primeros que debemos mostrar confianza en nuestro equipo somos nosotros. La Selección de Aguirre sufre para marcar, pero recordemos lo mal que estaba la de Lapuente antes de Francia 1998 o el miedo que nos provocaba la fragilidad defensiva de otras representaciones nacionales. Parece gustarnos el generar una tormenta antes de siquiera vivirla.
Dejemos de creer que estamos destinados a perder, pues resulta igual o más mediocre que engañar a la audiencia haciéndole creer que el Tri es favorito en la Copa del Mundo. Somos lo que somos, y bajo esa óptica, México debe al menos superar la fase de grupos.
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