372 días después de descender a la Liga Adelante, el Real Club Deportivo de La Coruña ha vuelto a ganarse el derecho de jugar en la Liga BBVA.
Es precisamente por Riazor y su parroquia por donde hay que empezar a
hablar de este ascenso. La afición deportivista fue quien puso la
primera piedra para lograr la difícil misión de volver a subir a la
primera.
Augusto César Lendoiro: quitando dos o tres jugadores, el presidente logró mantener en el equipo a la columna vertebral: Aranzubía, Colotto, Guardado, Riki… Y, al mismo tiempo, puso al mando a José Luis Oltra,
un entrenador que ya había mostrado con creces su capacidad para
ascender equipos. Pero el técnico valenciano no ha tenido un camino de
rosas. Él mismo lo definió de manera inmejorable: “Con el Tenerife disfruté un ascenso. En el Dépor, lo sufrí“.
En A Coruña el ascenso era, más que un sueño, una obligación. Nadie lo
decía en voz alta, pero la exigencia estaba ahí: se llenaba el estadio y
se gastaba dinero en los desplazamientos para un objetivo: volver a
Primera.
El comienzo de la temporada fue difícil. A Oltra le llevó un tiempo (¿a quién no?) lograr asentar los dos pilares de la gesta: entender de verdad lo que es jugar en la Segunda División española y darle equilibrio a un equipo que Lotina había dejado roto.
El equilibrio apareció no sin una dosis de fortuna, casi una ironía del destino.
Jesús Vázquez, fichado para ejercer de mariscal de campo, considerado
uno de los mejores strategos de la División de Plata, no era capaz de
mover al equipo, ensombrecido incluso por la garra y el compromiso.
El Dépor, apoyado en sus excelentes resultados como local, fue cogiendo velocidad hasta que en la jornada 20 se puso líder, una posición que ya nunca abandonaría. Logró una racha de 31 puntos de 33 posibles, incluyendo nueve victorias seguidas.
Sólo Celta y Valladolid lograron no perder comba para, cuando a los
coruñeses les empezó a pesar lo larga que es la Liga Adelante, llegar a
ponerse a 4 puntos en las últimas jornadas. Estos tres equipos se han
ido retroalimentando en el reto del ascenso hasta superar todos los 80
puntos. No cabe duda de que son los que más se merecen subir.
El mejor jugador
del equipo, el que siempre aparecía cuando hacía falta, al que miraba la
grada cada vez que se veía en problemas: Andrés Guardado, 11 goles, 12 asistencias y mucho más, pues ha participado, de una manera u otra, en más de dos tercios de los goles del Dépor.
Pero en
Tarragona le dio la victoria al Dépor en el minuto 93 y este domingo, en
Riazor, marcó el tanto que valió el ascenso. El héroe de las dos
últimas páginas.
Pero falta uno. El más grande. El alma del equipo. En veinte días
cumplirá 37 años. Dos operaciones en su rodilla. Un tipo que cuando el
año pasado se consumó el descenso, vagó por el césped, con la mirada
perdida y el corazón roto. Un tipo que le hizo una promesa a la afición:
No lo dejaré sin devolver al Dépor a Primera. Y la ha cumplido, ¡vaya
si lo ha hecho! Ya sabéis de quién habló: Don Juan Carlos Valerón Santana, El Flaco, El Mago de Arguineguín.
El mismo que hizo las tres jugadas de los tres goles de Makaay que
convirtieron al Dépor en el único equipo español que ha conquistado el
Olímpico de Múnich, el mismo que puso de pie a todo Highbury Park, el
mismo que convirtió la utopía de remontarle tres goles al Milan en algo
real, el mismo que bailó en el Bernabéu la noche del Centenariazo…
Valerón es un semi-dios en A Coruña, la última reencarnación de Hércules.
Fue allí, en La Torre, donde los Riazor Blues dejaron una de las
imágenes más bonitas de la noche, creando un pasillo de fuego, de lume, para honrar a los héroes en el mismo lugar donde el hijo de Zeus derrotó al gigante Gerión.
Sobre lo difícil que será confeccionar una plantilla de garantías
para jugar la temporada que viene en Primera ya habrá tiempo de hablar.
Las preocupaciones no casan bien con las resacas de felicidad.