El Bayern Múnich certificó en la tanda de
penaltis la cura de humildad que ayer martes inició el Chelsea. Una cura
de humildad para prensa y aficionados, que nos frotábamos las manos
ante la posibilidad de vivir un partido histórico en la final de la Liga
de Campeones. Nunca para Real Madrid y Barcelona, que en ningún
momento minusvaloraron a sus rivales.
El Madrid ganó en su partido ante el Bayern por 2-1, pero sólo le bastó para forzar la prórroga y acto seguido caer eliminado en la lotería de los penaltis. Iker Casillas,
vitoreado por el Santiago Bernabéu, estuvo a la altura de las
expectativas al detener dos penaltis, pero su labor no fue suficiente
ante los fallos de Cristiano —primer penalti que falla con el Madrid—,
Kakà y Sergio Ramos.
Lo cierto es que, salvo en la prórroga, el Real Madrid nunca dominó el juego.
Y con juego no me refiero a la posesión —que tampoco— sino a tener el
control del partido, jugar a lo que él quisiera. A los diez minutos se
vio con un 2-0 en el marcador, pero fue más fruto de la casualidad que
de una salida fulgurante, de un asedio. Un 2-0 con ambos goles de Cristiano Ronaldo que encarrilaba la eliminatoria, pero que no alteró un ápice las intenciones del conjunto bávaro.
El Madrid parecía partido, completamente sobrepasado en la lucha por el centro del campo.
Kroos dirigía el juego a su antojo, y las continuas subidas de Alaba
por la izquierda y Lahm por la derecha convertían cada ataque alemán en
una acción de superioridad. Siempre había algún jugador del Bayern
desmarcado, debido no sólo a la superioridad en el centro sino a
desajustes defensivos en el Madrid. Desajustes provocados principalmente
por Marcelo, notable en el ataque —aunque se está
acostumbrando demasiado a subir conduciendo y nunca desdoblándose—,
impecable en el uno contra uno ante Robben, pero con graves lagunas defensivas
provocadas principalmente por su actitud y falta de atención. Sirva de
ejemplo la oportunidad de Robben al poco de iniciarse el encuentro,
ganándole la espalda al lateral brasileño y rematando sólo en el área
pequeña. O la acción del penalti de Pepe —a pesar de esta acción,
excepcional eliminatoria del central portugués—, en la que el Bayern
aprovecha un agujero en su banda para colgar un centro a placer. Es una
de las razones por las que en líneas generales Mourinho prefiere a
Coentrao: conforma una línea defensiva junto a sus compañeros en la zaga
más rígida y colectiva que con Marcelo.
El aspecto físico es otro punto donde el Madrid se ha encontrado
totalmente superado. No es de extrañar, teniendo en cuenta que tres días
antes tuvo que jugar un partido de la misma trascendencia. La tensión
del clásico del pasado sábado pasa factura tanto física como
mentalmente, y al igual que al Barça no se le veía fino ante el Chelsea,
al Madrid se le veía agotado a los 10 minutos de la segunda parte. Por
eso, no creo que la intención del Real Madrid fuera otorgarle el dominio
del esférico al Bayern. Simplemente creo que no ha tenido la capacidad de arrebatárselo hasta que las fuerzas se han igualado en la prórroga y los de Mourinho han pasado a dominar el juego, hasta el punto de incluso tener alguna que otra oportunidad de hacer gol.
¿Deben saltar las alarmas? No. Aunque el Madrid ya está logrando
títulos, sigue siendo un equipo joven, en construcción y continuo
aprendizaje. Que es evidente que todavía tiene puntos débiles que deben
corregirse, pero que ya es capaz de luchar por los tres títulos cada
temporada. Y aunque ahora muchos dedos señalarán a Mourinho, puede que
algunos con razón en lo que respecta a esta eliminatoria, él es el
máximo responsable de la competitividad de este equipo. Se ha perdido
una gran oportunidad de levantar la Décima, pero no será la última del
Madrid de Mourinho.
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