La venganza se gestó. La réplica al Iniestazo llegó de una forma tan violenta como inusual. El Chelsea llegó a Barcelona
en avión pero sobre el césped puso el autobús. El equipo de Roberto Di
Matteo logró una clasificación para la final tan rácana, tan poco
atractiva y tan efectiva directamente proporcional a la épica, la hazaña
y la heroicidad que demostraron en el césped del Camp Nou los guerreros
ingleses, que se quedaron con diez jugadores en la primera parte y lograron marcar dos goles.
El Chelsea puso las cartas sobre la mesa en Londres, donde vio como el alud de ocasiones que generó su rival se toparon una y otra vez con el muro defensivo blue. Sacó petróleo en casa y no ocultó que a domicilio la táctica sería la misma.
A diferencia del Barça, que se jugaba la Liga contra el Madrid, el
entrenador italiano pudo dar descanso a muchos de sus titulares el
pasado fin de semana ante el Arsenal. Con los mismos once que ganaron en
Stamford Bridge se plantaron en el Estadi.
De nuevo, la estrategia era la misma: ver venir el
aluvión de ocasiones barcelonistas con un chubasquero prácticamente
impermeable al constante goteo de fútbol del Barça y a la mínima, buscar
una contra mortal que noqueara el ánimo local. Y a pesar de que encajó
dos goles en el primer tiempo, y pese al juego sucio de Terry en una
entrada tan fea como merecidamente castigada, Ramires fue capaz de encontrar la grieta en un ataque ocasional que terminó en gol, el tanto psicológico del alargue.
Como en Londres, cuando Drogba marcó de forma
decisiva con el tiempo cumplido del primer acto, el Chelsea repitió la
historia justo en el momento en el que el barcelonismo veía culminada la
remontada. Seguramente si Guardiola hubiese optado por defender el
resultado, el marcador hubiese sido otro. Pero se negó a echarse a atrás
y sus jugadores siguieron atacando, dejando huecos en la zaga; como
evidenció el del segundo gol inglés, cuando a la desesperada los
blaugrana reclamaban justicia.
Di Matteo y los suyos se veían con el agua el
cuello, aguantando el tirón: tal y como hicieron en la ida. La elegida
era la única manera de superar al adversario, no le quedaba otra. El
travesaño, el palo y Cech se alinearon en favor del Chelsea que, con un
futbolista menos casi una hora, sentenció gracias al gol de Fernando Torres, otra vez en el descuento, que acabó de tumbar al vigente campeón de Europa. La fórmula resultadista y efectivista triunfó en detrimento del libro de estilo barcelonista.
Ahora, el Chelsea, espera rival mientras se frota los ojos. Lo suyo es una hazaña en toda regla. Se disfrazó de pequeño para convertirse en grande. Lo lleva soñando desde que Abramovich se hizo con el club, en 2003. Eso sí, en la final, contra Real Madrid o Bayern,
Di Matteo —un técnico de paso que puede hacer historia— no podrá contar
con cuatro de los titulares en el Camp Nou, imprescindibles en su
esquema: Terry, Ramires, Meireles e Ivanovic, todos por sanción. En
juego, su primera Champions.
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