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miércoles, 25 de abril de 2012

El Chelsea hizo lo que tenia que hacer.

La venganza se gestó. La réplica al Iniestazo llegó de una forma tan violenta como inusual. El Chelsea llegó a Barcelona en avión pero sobre el césped puso el autobús. El equipo de Roberto Di Matteo logró una clasificación para la final tan rácana, tan poco atractiva y tan efectiva directamente proporcional a la épica, la hazaña y la heroicidad que demostraron en el césped del Camp Nou los guerreros ingleses, que se quedaron con diez jugadores en la primera parte y lograron marcar dos goles.
El Chelsea puso las cartas sobre la mesa en Londres, donde vio como el alud de ocasiones que generó su rival se toparon una y otra vez con el muro defensivo blue. Sacó petróleo en casa y no ocultó que a domicilio la táctica sería la misma. A diferencia del Barça, que se jugaba la Liga contra el Madrid, el entrenador italiano pudo dar descanso a muchos de sus titulares el pasado fin de semana ante el Arsenal. Con los mismos once que ganaron en Stamford Bridge se plantaron en el Estadi.
De nuevo, la estrategia era la misma: ver venir el aluvión de ocasiones barcelonistas con un chubasquero prácticamente impermeable al constante goteo de fútbol del Barça y a la mínima, buscar una contra mortal que noqueara el ánimo local. Y a pesar de que encajó dos goles en el primer tiempo, y pese al juego sucio de Terry en una entrada tan fea como merecidamente castigada, Ramires fue capaz de encontrar la grieta en un ataque ocasional que terminó en gol, el tanto psicológico del alargue.
Como en Londres, cuando Drogba marcó de forma decisiva con el tiempo cumplido del primer acto, el Chelsea repitió la historia justo en el momento en el que el barcelonismo veía culminada la remontada. Seguramente si Guardiola hubiese optado por defender el resultado, el marcador hubiese sido otro. Pero se negó a echarse a atrás y sus jugadores siguieron atacando, dejando huecos en la zaga; como evidenció el del segundo gol inglés, cuando a la desesperada los blaugrana reclamaban justicia.
Di Matteo y los suyos se veían con el agua el cuello, aguantando el tirón: tal y como hicieron en la ida. La elegida era la única manera de superar al adversario, no le quedaba otra. El travesaño, el palo y Cech se alinearon en favor del Chelsea que, con un futbolista menos casi una hora, sentenció gracias al gol de Fernando Torres, otra vez en el descuento, que acabó de tumbar al vigente campeón de Europa. La fórmula resultadista y efectivista triunfó en detrimento del libro de estilo barcelonista.
Ahora, el Chelsea, espera rival mientras se frota los ojos. Lo suyo es una hazaña en toda regla. Se disfrazó de pequeño para convertirse en grande. Lo lleva soñando desde que Abramovich se hizo con el club, en 2003. Eso sí, en la final, contra Real Madrid o Bayern, Di Matteo —un técnico de paso que puede hacer historia— no podrá contar con cuatro de los titulares en el Camp Nou, imprescindibles en su esquema: Terry, Ramires, Meireles e Ivanovic, todos por sanción. En juego, su primera Champions.

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