Me cuesta recordar cuantas veces he originado una discusión a partir de un comentario que ubica a Cuauhtémoc Blanco como uno de los tres máximos ídolos en la historia del futbol mexicano. En cuanto dejo escapar una expresión semejante, aparecen voces de inconformidad de aficionados que le van a todos menos al América. También surgen los argumentos de los amantes del pasado, para quienes los tiempos del ayer fueron tiempos mejores. Nunca se alcanza un acuerdo, pero ni siquiera ante tanto opositor me resigno a creer que una vez más, como tantas, vamos a cometer el error de valorar lo que tenemos frente a nosotros hasta que lo hemos perdido.
Apelar al significado de una palabra de acuerdo a la Real Academia Española resulta más peligroso de lo que parece. Sin embargo, es menester acudir a este ejercicio para desterrar las expresiones de quienes descalifican a Cuauhtémoc por, según dicen, no ser un ejemplo a seguir. Ídolo, en términos fríos, significa “persona o cosa admirada con exaltación”. No me queda la menor duda de que Blanco está dentro de ese limitado grupo de futbolistas que son amados y admirados. No por lo que hace fuera de la cancha, donde jugadores tan grandes como Diego Armando Maradona y Romario, entre otros, perderían toda categoría, sino dentro de ella, del sitio en que su obra queda de manifiesto.
El máximo referente americanista de los últimos tiempos es un jugador distinto al resto. Sobre sus espaldas, con una literalidad que espanta, se gestaron las apuradas clasificaciones a las Copas del Mundo del 2002 y 2010. Su astucia goleadora se convirtió en la sensación en territorio asiático y su tranquilidad para marcar significó la consecución de la Copa Confederaciones. Tanto al futbol mexicano como al América le ha dado mucho.
Intento imaginar un futbol sin Cuauhtémoc Blanco y el escenario es realmente triste. No hay en la mira un elemento con las características necesarias para sustituir a un jugador con el talento para marcar goles de antología, con el carácter para convertir las amenazas de muerte de la afición colombiana en aplausos plagados de respeto y profunda admiración. Su presencia, aunque sea saliendo del banquillo, se ha transformado en esperanza y eso para un país tan golpeado como el nuestro, implica un símbolo catártico de alcance invaluable.
De los otros dos ídolos del futbol mexicano hablaremos después. Para un servidor, es indiscutible que Cuauhtémoc está entre los tres más grandes. Cierro los ojos, lo imagino en el retiro y me doy cuenta que uno de mis héroes de la infancia se ha ido. Somos muchos los que debemos estar agradecidos con él. Yo, sí lo estoy.
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