La falta de una estructura definida y con cimientos sólidos ha provocado que la sociedad mexicana viva en condiciones que vuelven imperiosa la necesidad de encontrar responsables únicos, ya sea para condenarlos por la derrota y los problemas o para enaltecerlos como causantes solitarios de las contadas alegrías que se nos llegan a presentar.
La tentación de adjudicar responsabilidades con el fin de olvidarnos de las propias ha sido demasiado fuerte como para dejarla pasar. Los problemas superaron el ánimo de solución y nos hemos vuelto asiduos de colocarle nombre y apellido a sucesos que no por fuerza se limitan a la capacidad o incapacidad de una persona.
El modo nuestro de actuar no se limita al escarnio del que fue objeto Hugo Sánchez por no haber clasificado a los Juegos Olímpicos, como si Esqueda, Fernández y compañía no hubieran merecido su parte de culpa. Por el contrario, se expande a territorios fundamentales para el buen andar de México como nación. Ocurrió en la política cuando todos quisieron percibir a Vicente Fox como el hombre que acabaría con las injusticias y la pobreza en México…
El resultado de entregar ilusiones y obligaciones a una persona suele producir sonoros golpes anímicos para la sociedad y una futura repulsión hacia el mismo ser que anteriormente había sido considerado un mesías. Ello no siempre va ligado a la incapacidad, sino a la delegación desmedida de sueños y anhelos.
No dudo al pronosticar la consecución del boleto a la Copa Mundo. México estará en Sudáfrica y Javier Aguirre cumplirá satisfactoriamente con la misión de evitar el hundimiento del barco. Mi verdadera preocupación es que los años pasan y seguimos con la tendencia de apostarlo todo a un solo individuo.
Mientras el futbol mexicano tenga que recurrir a Cuauhtémoc Blanco o a Javier Aguirre, lo único claro será que hemos fallado y que erramos tanto en el trabajo de conjunto que preferimos construir un pedestal y rogar porque nuestro salvador designado no falle.
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