El posible llamado de Nery Castillo para sumarse a la Selección Mexicana que participará en la Copa del Mundo implica cuestiones que van mucho más allá de lo futbolístico. Dejando de lado la supuesta existencia de un contrato para que el atacante esté en la lista que verá acción en la máxima justa balompédica del orbe, sólo en un país acostumbrado a vivir de las ilusiones y de un supuesto potencial no capitalizado es posible que un elemento con estos antecedentes esté en posibilidades de ser considerado.
La sociedad mexicana está acostumbrada a sufrir en el presente y a vivir en el pasado. En el caso del jugador del Dnipro Dnipropetrovsk, no faltan quienes tuvieron suficiente con unos cuantos partidos de éste enfundado en la camiseta tricolor para perdonarle cualquier cantidad de equivocadas decisiones y nulo rendimiento. Él determinó el rumbo de su trayectoria profesional, rechazó ofertas del futbol mexicano asegurando que se encontraba en un nivel inferior y erró el camino.
Los escasos minutos de Nery Castillo sobre el rectángulo verde no tienen por qué transformarlo en víctima. Aunque resulta atractiva la oportunidad de responsabilizar a cada uno de los equipos en que ha desfilado a últimas fechas por la nula actividad, lo más objetivo es reconocer que quizás el principal responsable sea él y que cuando se te borra tan claramente es porque no manifiestas una integración con el grupo, no asimilas las ideas del cuerpo técnico o porque has sido incapaz de apegarte a los principios de una institución.
En un país habituado a convertir culpables en inocentes y a creer que lo que un día fue necesariamente volverá a ser, no resulta extraño que se piense en convocarlo, tampoco que ciertos aficionados estén a favor de esta decisión. Dejando la nostalgia de lado y ese enfermizo sentimiento de urgencia por encontrar al salvador, hoy en día Nery es un jugador devaluado, fuera de ritmo, con pésimo manejo frente a los micrófonos y con una tendencia a confundir deseo y fuerza con agresividad.
El futbol mexicano debe comenzar a valorarse. Si se piensa en llamar a Castillo, muchos jugadores podrían argumentar que también atravesaron por un buen momento y que en la Selección serán capaces de retomar el nivel que los llevó a las alturas. Una representación que aspira a ser de las mejores del orbe no tiene por qué ser salvavidas de nadie, a menos que quiera permanecer como ese espejo de una sociedad mexicana propensa a construir castillos de arena y a la adopción de protagonistas de dudosa procedecencia.
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