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domingo, 13 de diciembre de 2009

Las palabras de Padilla


Los golpes de pecho se han convertido en el pan nuestro de cada día. Sumergidos en un entorno acostumbrado a la corrupción y a la trampa, resulta contradictorio que abruptamente nos convirtamos en los jueces más críticos de quien busca obtener ventaja a costa del reglamento. En términos coloquiales, la gran mayoría de nosotros se está mordiendo la lengua.

La descarada mano de Joel Huiqui en el compromiso entre Cruz Azul y Morelia merecía una sanción por parte del árbitro, mas no tendría por qué haber significado una inmediata descalificación hacia todo lo que ha hecho el conjunto cementero, como si del acto de uno solo de sus jugadores dependiera lo conseguido por la institución. El panorama es tan claro como que Huiqui intentó hacer trampa y lo consiguió gracias a que el cuerpo arbitral no tuvo ni la jerarquía ni la capacidad suficiente para castigar a un infractor.

Aarón Padilla, máximo dirigente de la Comisión de Árbitros, no hizo más que lavarse las manos al momento de culpar al futbolista. Si bien lo deseable es que todos y cada uno de los jugadores se manejen bajo un código de estricto apego al reglamento, la función de los otrora hombres de negro consiste en impartir justicia donde la moral no ha bastado. Más allá de las intenciones de un individuo sobre el terreno de juego, tendría que encontrarse la autoridad de los silbantes para dictar el rumbo a seguir tras una acción determinada.

La escena nos plantea dos perspectivas distintas. Por un lado, la inexistente apuesta por el fair play en nuestro país. Salir del vestidor a la cancha con una bandera que promueve el juego limpio no es suficiente en un futbol tan contaminado como el latinoamericano.

Aficionados, medios de comunicación, técnicos y futbolistas acarreamos una larga propensión a buscar la victoria a cualquier precio. Resulta incongruente exigir de un día para otro que la legalidad y buena fe se hagan presentes en todo momento, sobre todo cuando ese deseo de ser leales a las reglas constantemente choca contra la defensa a ultranza de nuestros intereses.

Como segunda visión se halla el deficiente trabajo arbitral a lo largo de los últimos torneos. La situación adquiere claras tonalidades al analizar por qué Marco Antonio Rodríguez se mantiene por amplio margen en la cumbre del arbitraje nacional. Si hace unos años podíamos mencionar hasta 8 árbitros con cierto nivel, hoy se recurre a “Chiquimarco” y a Archundia como únicas alternativas para duelos de importancia. El resto navega entre errores, buenas actuaciones y la indiferencia entre los aficionados.

Padilla tiene razón respecto a la importancia de evitar que los tramposos sigan haciendo de las suyas. El futbol mexicano debe evolucionar en ese aspecto. Sin embargo, al “Gansito” le pasó de largo la realización de un análisis respecto a su gestión y a la enclenque estructura arbitral, esa que nos impide mencionar más de uno o dos árbitros con suficiente autoridad para guiar por buen sendero un partido definitorio del futbol mexicano.

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