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martes, 2 de mayo de 2017

El tiempo de dos monstruos en la cancha

Cristiano Ronaldo es el escritor que tuvo que devorarse cientos de libros para formar la opinión del gol y escribirla con la tinta de la contundencia aprendida.
Messi es el libro.
Las pláticas de café son ciertamente ociosas. La comparación tiene menos mérito que un gol sin portero. Al café oscuro no se le mide a través de un capuccino. Solo eliges uno, según las exigencias de tu paladar de sobremesa.
Pero digamos que Cristiano y Messi sobrepasaron ya la dosis de cafeína permitida y servida en cualquier cafetería de Madrid y Barcelona. 
O del mundo.
Messi es la aceleración y desaceleración con mirada bifocal, que decide en medio de una tormenta de ideas. Cristiano es Hugo Sánchez, vestido de modelo de Armani. 
CR7 requiere tocar dos balones para mandar tres a la portería. Se convirtió en un delantero centro con cuerpo de nadador. Messi, en cambio, se compró una casa de campo en media cancha, desde  donde parte a recoger leños, que incendiará después en la tribu enemiga.
Y lo hace casi trotando. Con la barba del leñador con overol, que se prende un cigarro, mientras ve arder las ramas.
Cristiano, por su parte, tiene prisa de gol. Le urge tanto una anotación como goma a su cabello. No sabe subsistir despeinado.
Cuando todo se parece tanto, no queda más recurso que el gusto por el estilo.
Pero ellos, por sí mismos, no se necesitan.
Una rubia de ojos verdes no requiere de una pelirroja de ojos azules para ser hermosa. Ni la otra para ser atractivamente peligrosa.
Nosotros somos los que necesitamos necesitarlos.
En todo caso, la culpa la tendría el tiempo por cometer la estupidez de empalmar el futbol de todos las épocas en los pies astrales de dos jugadores diametralmente opuestos.
Un cuchillo con filo de plata mata igual que un veneno caducado puesto en la sopa.
Uno duele más. Otro menos. 
La muerte no se entera de la forma. 
La vida sí. Messi y Cristiano matan de amor y de odio.

lunes, 1 de mayo de 2017

Lo imposible para el Real Madrid, la eternidad para el Atlético



Este martes comienza en Chamartín el cuarto duelo entre estos dos equipos en las últimas cuatro ediciones de la Champions. Siempre salió triunfador el Madrid, dos títulos y un acceso a la ronda que se disputa esta vez, pero ni a unos ni a otros les hace demasiada gracia verse con tanta frecuencia, especialmente a los rojiblancos, escaldados en todos los precedentes.


«Vamos a hacer algo nuevo, lo vamos a intentar», insinuó Zidane, aunque más allá de la presencia de Isco en el lugar del lesionado Bale no se intuyen grandes cambios en el Madrid. «Tengo clarísimo quién va a jugar de lateral... o carrilero», soltó así, como quien no quiere la cosa, Simeone, insinuando la misma novedad que su rival. Tampoco parece probable, sin embargo, que el Atlético mueva su esquema habitual. Sin embargo, ambas frases forman parte del choque psicológico que ya se empezó a jugar hace días entre ambos.


«Era lo que entendíamos que era mejor para este partido», respondió el Cholo cuando le preguntaron por qué hace dos años, en cuartos de final, no quiso entrenar ni dar su rueda de prensa en el Bernabéu y esta vez sí. Zidane, por su parte, también quiso quitar de la cabeza a los suyos que los precedentes, muy favorables, les vayan a ayudar en nada para este doble enfrentamiento en busca de la final de Cardiff.


Sin embargo, ambos técnicos hablaron de los detalles, de los primeros minutos del partido, de los errores... Zidane lo dijo abiertamente: «Queremos ganar el partido... bueno, y mantener la portería a cero». Eso, no encajar, se ha convertido en una obsesión en los dos banquillos. El Madrid tiene más o menos claro en su fuero interno que el Atlético les va a marcar en la ida. Curiosamente, el Atlético tiene más o menos igual de claro que el Madrid va a marcar en la vuelta. En esa paradoja del miedo se desenvuelve una eliminatoria donde ambos clubes buscan su particular reto. Los blancos asaltan el sueño de repetir título por primera vez en la historia de la Champions y lo hacen agarrados a Cristiano Ronaldo, descorchado para la competición con cinco goles en cuartos de final frente a todo un Bayern de Múnich, y con la fuerza de su banquillo, del que pueden salir Asensio, Lucas, James o Morata. Otro de sus argumentos, cómo no, es la racha, descomunal, de 58 partidos anotando, al menos, un gol. Con esa premisa, es difícil imaginar un buen escenario para el Atlético.

Sin embargo, los rojiblancos también acumulan motivos para la esperanza. Frente a esa racha de derrotas, siempre en Champions, y analizando los números tras la final de Lisboa, el Atlético se ha enfrentado en 13 ocasiones ante el Real Madrid, y entre las victorias (cinco) y los empates (otros cinco) sólo ha salido derrotado en tres ocasiones. Eso sí, son las dos finales y los cuartos de final de esta competición. ¿Dolor? No para Gabi. En el discurso del capitán, un hilo conductor: fuera los sentimientos, dentro el aspecto mental. «Tenemos que controlar las emociones. No me hace especial ilusión jugar contra el Real Madrid, lo que quiero es ganar la Champions. Tenemos que tener las emociones controladas para hacer el partido perfecto. No se puede hacer nada con el corazón, tenemos que trabajar el partido», decía.


El Atlético lleva 141 días, desde el pasado 12 de diciembre en Villarreal, sin perder como visitante. Son ocho victorias y seis empates, entre ellos el de hace unos días en el Bernabéu, en Liga, un resultado que firmaría toda la expedición atlética, que vive pendiente de si Carrasco está lo suficientemente recuperado como para ser titular o será Gaitán quien complete el centro del campo. Simeone espera «unos primeros minutos con mucha presión de su parte, con el público, con el ambiente» y, ante eso, «cabeza fría y llevar el partido a donde nos interesa». ¿Qué ocurrirá si uno de los dos marca pronto? Eso lo desvelará una noche que no termina hoy, pero parece claro que locuras, lo que se dice locuras, pocas.